El domingo pasado, mi vecino Tabarovsky mencionó Persona non grata, el libro de Jorge Edwards que narra sus desventuras como representante de Salvador Allende ante Fidel Castro, quien siempre desconfió de los escritores (salvo de García Márquez). Pero los problemas de Edwards habían empezado durante su primera visita a Cuba, cuando fue jurado del premio de cuento de Casa de las Américas en 1968.
El libro ganador no resultó del agrado de las autoridades, aunque Rodolfo Walsh, otro de los jurados, siguió siendo un amigo de la casa. Se trataba de Condenados de condado, de Norberto Fuentes, una colección de 25 relatos muy breves, viñetas de la vida de un grupo de soldados en la Sierra de Escambray en combate contra un enemigo al que denominan “los bandidos”. El Centro Editor publicó el libro en Buenos Aires en 1968 y su lectura me produjo entonces una gran perplejidad. Ignoraba que la guerra contra los insurgentes anticastristas de Escambray entre 1960 y 1966 había tenido la intensidad que el libro dejaba traslucir y que la propaganda cubana trató siempre de ocultar.
Vuelto a leer hoy, Condenados de condado sigue sorprendiendo. Es un libro de una tremenda crueldad y del todo indiferente a la ideología de los bandos en pugna. Más bien, el contraste entre la ignorancia de los campesinos y los soldados por un lado y el marxismo del discurso oficial por el otro produce un efecto absurdo. La muerte, sin embargo, es una presencia real y permanente: muertos en combate, fusilamientos, asesinatos, suicidios. Fuentes es un discípulo de Hemingway y su crónica de guerra es sucia, desagradable, irónica, pero veladamente celebratoria del crimen y del macho guerrero.
En el prólogo de Cazabandido, su libro siguiente, Fuentes es más explícito sobre la temporada en la sierra: “Les hablo de la mejor época. La que se añora. Yo fui corresponsal de esa campaña. Un corresponsal que me convertiría en fiscal para entrevistar a los bandidos, y también podía ser miembro de un pelotón de fusilamientos. Quiero decir, de esa campaña que para mí fue una fiesta, aunque extraña. Una fiesta leninista”.
Si Fuentes aprendió en Escambray “a conceptuar la Patria y a fusilar traidores”, su relación con el gobierno conoció una serie de altibajos. Edwards afirma que perdió su trabajo por culpa del libro premiado y se supone que estuvo involucrado en el célebre caso Padilla, el poeta obligado a la autocrítica. Pero de allí emergió como un privilegiado del sistema, un compañero de juergas de Raúl Castro que gustaba de ostentar sus armas y sus Rolex. Enrolado en la Seguridad del Estado (es probable que siempre haya sido un agente), tuvo un tropiezo en otro sonado affaire, el caso Ochoa, militar encargado del tráfico de drogas, pero Fuentes se salvó de ser fusilado. En cambio, salió rumbo al exilio donde escribió la primera parte de una voluminosa Autobiografía de Fidel Castro. Los disidentes cubanos dicen que sigue trabajando para el gobierno como propagandista, infiltrado y delator.
Es probable que Fuentes haya escrito el primer capítulo de la relación entre libros y fusilamientos de la historia cubana. El último, por el momento, tuvo lugar en estos días, con la celebración de la Feria del Libro de La Habana a la que el Gobierno argentino envió una enorme delegación de artistas y funcionarios encabezada por el secretario de Cultura. Curiosamente, esta fiesta cultural tuvo lugar en la renovada Fortaleza San Carlos de la Cabaña.
La Fortaleza fue una temible prisión donde hace cuarenta años el Che Guevara se enorgullecía de haber fusilado a 600 hombres en cuatro meses tras una parodia de juicio. Luego, durante años, en la Fortaleza se siguió encarcelando, torturando y ejecutando no sólo a los esbirros de Batista sino a los ex revolucionarios que se opusieron al giro de Fidel hacia el comunismo. Sería como hacer la feria del Libro porteña en la ESMA, pero sabemos que los derechos humanos son distintos en Cuba y en la Argentina.