Nuevo libro del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, esta vez bajo el formato de veinte conversaciones con el traductor y docente italiano Riccardo Mazzeo, sobre la “modernidad líquida” (la posmodernidad, según Bauman) o, más precisamente, sobre los jóvenes (y no sobre la educación, como dice el título) en las sociedades de consumo de Europa occidental. Estas conversaciones entre Bauman y Mazzeo (al parecer por mail) comenzaron cuando Bauman en 2009 inauguró un congreso celebrado en Rímini acerca de “La calidad inclusiva de la escuela” y finalizaron durante las conferencias que dio en Módena en septiembre de 2011. En términos generales, se trata de una visita más al espacio social dorado y enrarecido (por no decir reificado) del estilo líquido de vida y de la precariedad de las relaciones humanas que genera a través del modelo kleenex del consumismo rápido y desechable. A ello se agregan, en estas conversaciones, los efectos deletéreos de la crisis financiera de 2008 (provocada por el colapso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos en 2006) sobre la economía europea, el avance de las políticas neoliberales en la región, el problema de los inmigrantes y, sobre todo, el de los jóvenes.
Tanto para Bauman como para Mazzeo, quien suele funcionar como el álter ego del primero, la situación de los jóvenes en la cúspide de la ola de los tiempos líquidos no es para nada buena y tiende, más bien, a ser mala. A la generación de posguerra de los baby boomers, le ha seguido sucesivamente la generación X y la Y, cuando ya se habla de una denominada Z, emergida luego de la era económica Reagan-Thatcher y de los Ni-Nis o neets –acrónimo de la expresión “Not in employment, education or training” (ni trabaja, ni estudia ni recibe formación)–, jóvenes de entre 15 y 19 años que hoy en Italia suman dos millones. A juicio de Bauman, la “hegemonía subcultural” que afecta a los jóvenes (y no sólo a ellos, en realidad) en la sociedad de consumo se debe, en gran parte, a la vacuidad de los programas de televisión y al fenómeno hype (del inglés, hyperbole), que sobrepublicita un producto mediático, como una banda musical, un videojuego o una película, y lo impone en el mercado por saturación. La cultura líquida moderna no estimula el aprendizaje ni el interés por el saber sino por la información fragmentada, el consumo rápido de productos culturales, el éxito instantáneo al modo de David Karp –el creador de Tumblr, la gigantesca plataforma de blogs–, quien abandonó la escuela secundaria en el primer año.
Bauman afirma que ha llegado el momento de sentir pánico ante el creciente número de personas infraeducadas respecto de las exigencias de la modernidad líquida: investigación, diseño, creatividad, flexibilidad, comunicación. Ese es el resultado, según cree, de los recortes de los fondos gubernamentales para la educación superior, el alza de las matrículas universitarias y la disminución de graduados de alto nivel. No es de extrañar que Bauman elogie la lucha liderada por la estudiante chilena Camila Vallejo frente a la política universitaria del presidente Piñera. Tampoco extraña, y por las mismas razones, que perciba las redes sociales del tipo Facebook o Twitter –mayoritariamente empleadas por jóvenes– como simulacros de comunicación social, un “enjambre” online que facilita la estrategia de las agencias de publicidad o un medio ilusorio para suplir la ausencia de política (la “transpolítica” de la posmodernidad) con alianzas efímeras contra los gobernantes. En una palabra, los tuits y SMS son el emblema del consumo rápido y fácil del mercado líquido.
Los disturbios y saqueos realizados en Inglaterra entre el 6 y el 8 de agosto de 2011, luego del asesinato por la policía de un joven negro en el barrio londinense de Tottenham, son interpretados por Bauman como un acto de protesta violenta protagonizada por “consumidores imperfectos” o radiados de los templos consumistas, entre ellos jóvenes neets de clase baja. La modernidad líquida promete una vida feliz a través de una infinita riqueza, pero pocos acceden a ella. A nivel mundial, el fracaso de este orden se manifiesta en que las cinco personas más ricas del mundo (Carlos Slim Helú, Bill Gates, Warren Buffett, Bernard Arnault y Lawrence Ellison) reciben el 74% del beneficio anual del planeta, una cifra que al menos confirma que la educación ya no garantiza el éxito.