CULTURA
entrevista

Ya no estas sola

La vida y la obra de Ilse Fusková permite conocer el ADN de una lucha política y simbólica que lleva mucho tiempo librándose en la Argentina y en el mundo. Su más reciente exposición, en Walden Gallry, permite tomarle el pulso a una creadora extraordinaria.

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Estampa. La fotógrafa y activista, de 90 años, retratada en su departamento de Congreso. | Silvestro

En 1991 se pronunció por primera vez la palabra “lesbiana” en la televisión abierta argentina. Fue en el programa de Mirtha Legrand y la que la dijo fue la fotógrafa, periodista y activista por los derechos del feminismo lésbico Ilse Fusková, refiriéndose a ella misma. “Había algo que me empujó a decirlo; algo me mandó. Nadie me acompañó, ni me ayudó para ir al programa. Tuve mucha resistencia de las mismas compañeras, que les parecía mal ir a un programa así, tan central y conservador. Mientras tanto yo pensaba: ¿qué me pongo?”.

No más al bajar la escalerita, la invitada al almuerzo más famoso de la televisión vestida de pantalón y saco, con una bufanda violeta que todavía conserva, la pronunció. Con orgullo, claro, en un contexto bastante raro como era el de ese show dedicado a la homosexualidad. Mirtha Legrand la había dicho un par de minutos antes, cuando explicaba de qué iba el programa de ese día. “Homo-sexualidad, les-bianismo, trans-género”, la conductora cortaba las sílabas como quien aprende a hablar una lengua extraña sin saber demasiado bien qué está diciendo. “Mirtha Legrand y yo tenemos la misma edad, 90 años, me gustaría volver a hablar de ella sobre ese programa o para ver qué piensa hoy sobre este tema”.

Pero para llegar a ese momento fundacional en la historia, ese que puso a la vista de tanta gente y en un horario central que una mujer podía amar a otra y no ser consideradas locas o enfermas, ella misma tuvo que recorrer un largo camino. Por ejemplo, el de aceptar su propia sexualidad, después de haber estado casada treinta años con un hombre con quien tuvo tres hijos: “A mediados de los 80 me separé y fue difícil. Se cortó con mi marido y yo usaba su apellido, y ahora no. Uso el de mi madre, que era checa. Tampoco la familia de mi padre estuvo de acuerdo con mi decisión de aceptar que me gustaban las mujeres”.

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Todavía dentro de cierta lógica de caso o de freak, Mirtha Legrand le ofreció a Ilse, al terminar el programa, que dijera cómo podían hacer para contactarla: “Di mi teléfono y mi dirección postal al aire. Me llegaron miles de cartas y llamados”. Entre tantos, el de Claudina Marek, que se fascinó con la rubia alta, de ojos clarísimos y seguros como su voz y sus palabras: “Estuvimos 22 años juntas. Nos enamoramos y vivimos una vida hermosa. Estudiamos y escribimos; militamos. Fuimos muy felices hasta que nos separamos y, luego, ella murió”.

Sin embargo, en la biografía de Fusková hay tres hitos previos a su devenir lesbiano: su adhesión a fines de los años 70 al Movimiento de Liberación Femenina, antes de esto su trabajo como reportera gráfica y sus estudios de fotografía que empiezan en la década del 50 y, quizá de toda su vida, la firme decisión de pasear sola: “Estudié periodismo y trabajé como azafata. Después conocí a Alberto Greco. Nos vimos por la calle, yendo a una muestra. Se acercó a mí y no nos separamos más. Salíamos todo el tiempo con él e Isabel Moliner. Para las mujeres no era fácil salir solas. Pero los tres juntos éramos libres y nos amábamos”.

Justo de eso se trata la muestra que inauguró esta semana: La libertad de pasear sola, con la curaduría de María Laura Rosa, es el itinerario callejero y emocional de una sensibilidad que empieza a cambiar en los años 50 y va en busca de su consolidación en los 80. En las 67 fotografías de esta artista que se exhiben en la galería Walden se puede leer, entre otras cosas, ese itinerario. Las primeras fotos de Felka, el seudónimo que usaba Ilse Fusková desde 1953 hasta 1958, son de esa modernidad en ciernes y sus habitantes, sobre todo mujeres, que llevan adelante un ideario femenino muy de esos tiempos, a la moda. Hasta llegar a la de la mujer desnuda con un zapallo entre las piernas, de 1982, que describe toda una política del cuerpo y una mirada punzante sobre los derechos y la sexualidad.

Un poco después de esta foto, Ilse participó con un colectivo de artistas en la muestra Mitominas II en 1988, en el Centro Cultural Recoleta. El título refería a Los mitos de la sangre. La serie fotográfica que realizaron estaba inspirada en el informe Hite, de la socióloga y sexóloga estadounidense, de origen alemán, Shere Hite, y mostraba en cinco fotografías una pareja de lesbianas pintando su cuerpo con sangre menstrual. La serie fotográfica sobre la sangre, de 1988, nunca fue exhibida desde su realización: “Votamos y perdimos. Algunas de las que integraban el grupo no quisieron mostrarlo. Preferían censurarse antes de ser censuradas. Pero con Susana Blaustein (cineasta) hicimos unos canapés y envolvimos tampones con lechuga, decorados con mayonesa, y los empezamos a servir durante la inauguración. ¡El espanto de todos! Nosotras salimos corriendo”.

“Fue la época en la que me fui a San Francisco y participé de la marcha del orgullo gay-lésbico allá”. De ahí sacó la idea de organizarla acá con Carlos Jáuregui en 1992. “Jáuregui es un amor. Lo quiero y lo admiro mucho. Nunca tuvimos problemas con los hombres gay en las marchas. Con las que tuvimos problemas fue con las feministas. Un 8 de marzo fuimos a la marcha del Día de la Mujer, vestidas con camisas blancas y flores, identificadas como lesbianas, y nos repudiaron. Ellas creían que éramos enfermas”. Con Jáuregui fueron al programa de Mariano Grondona y allí también, como en el de Mirtha Legrand, recibieron comentarios ofensivos de los televidentes que llamaron al programa. El más representativo fue el de Jacinta de Rosario: “Ese tipo de gente no tiene que salir por televisión ni darle demasiada trascendencia. Esa gente no existe, esa gente no existe”.

En el relato de Ilse algo queda claro, y no es solo la incomprensión y la homofobia de gran parte de la población por esos años. Lo que se evidencia es, por un lado, las contradicciones del colectivo de lesbianas en su etapa de formación. Las discusiones sobre cómo se debían visibilizar los cuerpos y las demandas. Por el otro, la relación con un sector del feminismo que no participaba de la militancia lésbica. “Mi primer acercamiento al feminismo fue por medio de María Elena Oddone (Organización Feminista Argentina OFA). La llamé a un número que estaba en una revista y esa tarde nos juntamos a charlar. Eso fue en el 78”.

Ilse es hermosa. La luz que entra por la ventana de su departamento de Congreso le resalta sus ojos azules y los mechones del mismo color que tiene en el pelo blanco. Tira la cabeza hacia adelante para ensayar su peinado: “Esto es todo lo que hago para peinarme. Tampoco me pinto”. “¡Dejame ver esas fotos, che!”, le dice al fotógrafo, que le sacó varios retratos y ninguno la convence. Eligen juntos. Van al cuarto y se sienta en la cama de frente a un espejo. Hay más luz. Habla de su nieto, del que tiene una foto en un portarretrato. Un chico sonriente y hermoso. Ella lo ama. El fotógrafo le muestra una vez más la cámara: “¡Esta es perfecta! Me encanta, che”. Bingo, lo abraza y lo besa.

“¿De qué querés hablar conmigo? Solo quiero hablar de la vejez. De esta etapa tan inspiradora de mi vida. Del viaje que hacemos todos, algunos más largo, como yo que tengo 90, hasta la muerte. ¿Y si no quiero hablar de otra cosa?”, me dice con cara de pícara, un poco desafiante. Me pasa un libro que le regalaron: “¿La conocés?”.

Es la novela de Gabriela Cabezón Cámara Las aventuras de la china Iron. Todavía no lo leyó. Ilse no sabe que  se  trata de la ficción sobre la mujer de Martín Fierro, que lo deja para irse en caravana con una mujer inglesa; sobre el amor entre esas dos mujeres y la aventura de ser libres y escaparse de todo; sobre un “viaje de exploración: de la textura de la seda, del sabor del té, del sofoco en que estalla el sexo”, como indica la contratapa. No conoce esa historia tan perfecta del descubrimiento de sonidos y palabras nuevos. Por eso ella no sabe, todavía, que puede ser justamente el relato de su propia vida.