En esta entrevista, coordinada por periodistas de Weekly Reader, Stephen King habla de toda su obra, pero lo más interesante es que se somete a una batería de preguntas realizadas por chicos de 8 a 18 años. Entre ellas:
—¿Cuáles son tus hábitos de escritura? ¿Dónde escribes? ¿Cuándo? ¿Tienes algún ritual, como tomar un vaso de jugo de naranja, antes de sentarte a escribir?
—Escribo de mañana. Es cuando me dan ganas de escribir. Y normalmente eso va de las 8 hasta el mediodía o la tarde. Es cuando me siento mejor. Me levanto temprano y no hay ninguna preocupación en mi cabeza. Ese horario es un tiempo en el que realmente no tengo nada que hacer. Luego del desayuno, puedo sentarme y escribir tranquilo. Eso ocurre en cualquier día normal, cuando nada me interrumpe. Pero el mundo no se detiene por mí, ni por ningún escritor. Y si tengo un proyecto en mente, ése es el momento para hacerlo. Hablando en líneas generales, si tengo algo que hacer –por ejemplo, la columna que escribo para Entertainment Weekly, y un libro–, uno de cada cuatro lunes dejo el libro y me paso la mañana con la columna de opinión. También puedo trabajar a la vez en otro libro, porque esas cosas normalmente no esperan. En esos casos, trabajo un rato por la noche, también. No me gusta mucho hacer eso, ya que me parece que las historias son distintas cuando tengo que trabajar en ese horario. Insisto: prefiero trabajar de día.
—Pero, ¿trabajas en más de un libro a la vez?
—Si, estoy trabajando con dos en este momento. Pero sólo en una cosa nueva. Trato de no trabajar simultáneamente en dos cosas nuevas. Pero sí en un libro nuevo y en la reescritura de otro trabajo.
—Cuando te sientas a escribir un libro, ¿tienes toda la historia en la cabeza o dejas que los dedos hagan su trabajo?
—No, nunca tengo un guión en mente. Pero tampoco es recomendable dejar que los dedos hagan su trabajo. Es algo intermedio entre esas dos cosas. Normalmente tengo una idea general de la historia: una situación. Ahí es donde me gusta comenzar. Entonces dejo que la cosa se desarrolle. Y eso funciona bien, siempre y cuando uno sea honesto en la manera en que los personajes se comportan ante cada situación. Si uno miente, las cosas pierden credibilidad.
—¿Y puedes saber cuando eso sucede?
—Sí, claro. Uno lo sabe. Absolutamente. En la actualidad, estoy trabajando en una historia en que la que hay un momento en que no quiero que la mujer llame a los policías. Porque sería algo muy poco conveniente para mí. Porque tendría que escribir acerca de procedimientos policiales y traer nuevos personajes a la historia. Y es algo que no quiero. Pero en la situación en que ella se encuentra, cualquiera llamaría a la policía. Por eso dejé que llamara a la policía. Y salió todo bien.
—¿Qué rol piensas que tienen los genes en el estilo de escritura de cada escritor?
—En primer lugar, creo que la genética cumple su rol. Mi padre escribía. Y yo no lo conocí. El se fue de casa cuando yo era muy pequeño. Pero mi madre me contó que él escribió muchas historias, y las envió a distintas revistas, recibiendo muchas cartas de rechazo que decían “por favor, envíe otras”. Ella me dijo que sus historias eran realmente buenas.
— En tu libro Mientras escribo contaste algunas historias acerca de tu madre dándote dinero cada vez que escribías un relato.
—Es grandioso tener alrededor gente que a uno lo cuide. ¿Sabes una cosa? Todo lo que mi madre decía era: “Si eso es lo que te gusta, hazlo”. No me decía: “Deja de hacer esa estupidez y ve a limpiar el jardín”. No está mal decir eso, cuando alguien tiene tiempo para hacerlo, pero es bueno que alguien reconozca que lo primero es importante para ese alguien. Y esto, más allá de que se trate de la escritura, la guitarra, la trompeta, el ajedrez o lo que sea. La mayoría de los padres no dejan que sus chicos se dediquen a lo que les interesa.
—Como escritor, ¿sin qué cosa no podrías vivir?
—Sin libros. Siempre hay que tener libros. Hay que leer. A donde voy, llevo un libro.
—¿Tienes algún autor favorito?
—Varias veces me lo han preguntado, y se me ocurren muchos nombres. Hay mucha gente que me gusta, por lo que cual es difícil de responder. Me encanta Ian McKean. Tengo su nueva novela, Saturday.
—¿Siempre estás escribiendo mentalmente?
—Sí, seguro. Muchas veces ando por ahí, y una idea me sorprende. Ves algo y dices: podría usar esto en una historia. Cuanto uno más lo hace, más veces te ves sorprendido por ideas.
—¿Alguna vez te levantas de la cama de noche y corres hacia la computadora con alguna idea?
—No. Porque si es una buena idea, seguirá presente. Pero si es una mala idea, se irá con el sueño. La gente a veces me pregunta: “¿Andas con un notebook?”. Y la respuesta es no. Apenas tengo algunos papelitos en la computadora y el escritorio, pero son excepciones. Ahí está la historia de Keith Richards teniendo su idea para la canción Satisfaction en un sueño, y levantándose para tocar los acordes en la guitarra, y luego diciendo: “Oh, si esta canción es tan buena, la recordaré por la mañana”. Y se fue a dormir.
—¿Qué hace que una historia sea terrorífica?
—No sé. Es una pregunta de difícil respuesta. Es como preguntarle a alguien: “¿Qué hace que algo sea divertido?”. Las cosas que aterrorizan son... personales. Hay gente que me dice: “Me encantó It porque siempre le tuve miedo a los payasos”. Pero hay quien viene y me reprocha: “¿Por qué escribiste semejantes cosas de los payasos? ¡Mi esposo trabaja de payaso!”. Cuando yo era chico, me asustaban los payasos, al igual que a otros chicos. Hay algo terrorífico y siniestro en que una figura divertida se convierta en algo diabólico. Lon Chaney dijo una vez: “A medianoche, nadie se ríe de un payaso”. Pienso que a veces una cosa nos aterroriza porque descubrimos algo siniestro detrás de una cara bonita. Las cosas también nos asustan porque de alguna manera nos tocan alguna fibra sensible. Tememos a cosas que son diferentes de nosotros. Muchas veces, lo que uno hace al escribir historias terroríficas es darse permiso para ser políticamente incorrecto. Y está bien que podamos encontrar un lugar donde enfrentar nuestros miedos.
—¿Qué cosa te asusta?
—Bueno, ¡los payasos! Por otro lado, cualquier situación en la que me vea atrapado, ya sea claustrofóbica o una turbulencia aérea a 40.000 pies, me asusta. Odio eso. Cualquier situación en la que no tenga el control... Esas cosas me aterrorizan.
—¿Nos quieres contar cómo se construye el suspenso en un libro?
—La cosa más importante a la hora de generar suspenso es lograr la identificación con un personaje. Hay que tomarse el tiempo necesario y hacer que el lector se preocupe por los personajes de la historia. Hay una diferencia entre horror y terror. Uno puede ir a ver una película como La matanza de Texas y horrorizarse porque no sabe lo que va a pasar a continuación, cuándo va a aparecer Cara de Cuero y matar con su motosierra, o Freddy Krueger con su guante de cuchillas. Pero uno no necesariamente tiene que conocer a esa gente. Son personajes de dos dimensiones. En cambio, si uno toma a alguien y lo pone en una situación complicada, como por ejemplo Paul Sheldon en Misery, y uno de a poco va conociendo aspectos de su personalidad, terminará preocupándose por él, luego poniéndose en sus zapatos, y finalmente teniendo miedo de que le pase algo. La cuestión, en estos casos, no es cuándo le ocurrirá algo, sino que no queremos que le ocurra. Pero como se trata de un tipo de historia en la que sabemos que algo pasará, los nervios van en aumento hasta que eso sucede. Como una explosión. E n estas historias, el suspenso se va construyendo hasta llega a un clímax. Funciona así, y el lector queda atrapado...
—¿Tienes algún hábito cuando terminas un libro? ¿Tal vez una sensación de alivio?...
—No, no. Paul Sheldon tomaba vino y fumaba un cigarrillo. Obviamente, el cigarrillo en esa historia era parte del guión. No voy a ser más específico, pero él necesitaba el fósforo. No era el cigarrillo lo importante, sino el fósforo. Pero volviendo al tema, yo no tengo ningún ritual. Siempre estoy feliz con lo que hago. A veces llevo a mi esposa a cenar afuera. Pero nada más.
—¿Te has sentido mal alguna vez por tener que “matar” a un personaje?
—Sí, claro. Esa gente se vuelve muy real para mí. Los personajes más reales para mí son los de una saga llamada La torre oscura, porque he vivido con ellos desde que tenía 22 años hasta los 56, cuando terminé el último tomo. Y esos son muchos años, casi 34. Y por ese motivo se volvieron muy importantes para mí. He estado con muchos personajes más tiempo que con mis hijos. Algunos de ellos tuvieron que morir, y eso fue duro. Eran muy reales. Algunos podrán decirte que los amigos imaginarios son, en ocasiones, tan reales como las personas de carne y hueso. Yo, todavía, puedo diferenciarlo. Y si no... métanme ya dentro de un cuarto acolchado.
—De todos los personajes que has creado, ¿cuál es tu favorito, y por qué?
—Oh, pienso que, de cierta manera, tal vez sea Annie Wilkes. También hay un personaje de Lisey’s Story, llamado Lucy Landon, que es una viuda. Es uno de mis personajes favoritos, porque es muy valerosa. Y vengo de convivir dos años con ella, por eso la estimo mucho, casi que la amo. Pero de todos los personajes que la gente conoce a fondo, me quedo con Annie Wilkes. Siempre me ha sorprendido; nunca hizo exactamente lo que yo pensé que haría. Tiene mucha más profundidad de lo que yo pensaba y despertó mucha más simpatía de la que imaginé. Cuando escribí Misery, sólo pensé que era la historia de un escritor que iba a quedar cautivo de una fan psicótica. Pero ella tenía su propia historia interior, y por eso también la terminé queriendo. Uno termina queriendo a todos los personajes, sean buenos a malos. No recuerdo quien fue, pero alguien dijo: “Todos son héroes en su propia vida”. La mayor parte de nosotros somos buenos, aunque estemos haciendo cosas terribles. Tal como dije, todos tienen su propia historia.
—En muchos de tus libros, tu protagonista es un escritor. En La mitad siniestra, El jardín secreto o El resplandor, los escritores parecen insanos. ¿Qué tan cerca estás tú de ellos? ¿Ser un escritor exitoso es como ser un pequeño cuco?
—Sí, sí, uno tiene que estar un poco loco para ser escritor, porque tiene que imaginar todos esos mundos que no están, en realidad. Uno escucha voces, imagina cosas... Hace todo lo que de chico nos dijeron que no hay que hacer. Como cuando teníamos amigos imaginarios. Los escritores crecemos. y seguimos con esas cosas. Mira a los escritores –esto también se aplica a otros artistas, pero especialmente a los escritores–: sus caras lucen jóvenes, como si fueran chiquillos. Y eso, porque se pasan la vida haciéndonos creer en fantasías. Los escritores convocan a la sociedad a un campo de juego. Anteriormente hablamos de que yo trabajaba de 8 a 12... Esa es la hora en que yo salgo al campo de juego. ¡Y me pagan por hacerlo!...
—¿Cuál es el elemento más importante para ti en la narrativa?
—Todo tiene su parte en este juego, pero la cosa más importante es que el lector tenga ganas de dar vuelta la página. Esto es algo intangible, que hace que alguien desee sentarse a seguir leyendo la historia que uno escribió. No es psicoanálisis, pero de alguna manera se establece una conexión narrador-lector. Yo intento lograr que esa conexión sea emocional. Me gusta que, leyendo, se puedan reír y llorar. A mí me interesan más sus emociones que sus pensamientos.
—Bueno, una vez dijiste: “Soy el equivalente literario de una hamburgesa con papas fritas”...
—Sí (se ríe), y todavía estoy pagando por eso. Lo que quise decir es que soy muy popular. Pero no creo que una “dieta Stephen King” haga a un ser humano alguien más saludable. Uno debe comer verduras, pero también otras cosas... Algún Dickens, algún McKewan, no quedarse en un solo rango de lectura. Lo mismo para la gente que sólo lee Harry Potter. Si vas a leer ficción, debes leer de todo, desafiarte a sí mismo, atreverte con Crimen y Castigo... ¿Cuál es la lección más importante que un profesor debe enseñar a sus alumnos? Como escritores, yo les diría que escriban todos los días. Si uno quiere escribir, y escribir bien, tiene que hacerlo todos los días: practicar mucho. Los jugadores de béisbol lo saben, los que tocan el trombón lo saben, los nadadores lo saben. Es un consejo: tómalo o déjalo. Pero uno tiene que mejorar, trabajar, sentirse confortable con las oraciones, con los párrafos... hasta que todo va surgiendo en el papel. Cuanto mejor se siente uno con lo que hace, mejor le salen las cosas.
—Para un adolescente que no haya leído ninguna historia tuya pero quisiera hacerlo, ¿cuál le recomendarías primero?
—La chica que amaba a Tom Gordon. Pero yo nunca escribo pensando en el público y jamás se me ocurrió hacer libros para adultos. Y de existir una novela mía para adolescentes, sin duda sería la de esa chica y Tom.
—Dices que actualmente escribes una columna periódica para la revista Entertainment Weekly. Hace unos años, fuiste uno de los primeros autores importantes en aventurarse con el formato de los e-book, con Montado en la bala. ¿Cuánto ha transformado Internet tu arte? ¿Crees que Internet ayuda o perjudica a los escritores jóvenes?
—No pienso que Intrnet haya cambiado mi proceso de escritura... Ya es tarde para eso. Como dijo Popeye: “Soy lo que soy”. Con respecto al “artista cachorro”, me sorprende que su capacidad de escribir no haya mejorado en nada. Los jóvenes están mucho tiempo conectados, escriben montones de mails e interactúan en la red, pero sus niveles de escritura siguen siendo muy primitivos.
—¿Cuáles son los mensajes, si es que los hay, que subyacen en tus relatos?
—Si hay un lema que puede encontrarse en todos mis textos, sería: “Vive de acuerdo a la verdad y trata de ser valiente”.
—Muchos de tus libros se han convertido en películas. ¿Alguna vez pensaste en adaptar algo tuyo al teatro?
—¡Es que habrá una pieza teatral! Estoy trabajando en un drama musical con John Mellencamp, por ahora llamado Ghost brothers of the Delta. El está haciendo la música, y yo el guión. ¡Primicia!
—En 1999 fuiste atropellado por una camioneta. Luego, debido a tu mal estado de salud, circularon rumores de que ya no volverías a escribir. Si esa tragedia no te pudo frenar, ¿piensas que alguna vez te retirarás?
—Seguro, algún día me moriré (risas)... o sufriré de Alzheimer, o algo por el estilo. Ya lo ven: soy un escritor de horror, y puedo imaginar un montón de razones horribles para dejar de escribir.
A partir de aquí, Stephen King responde a los jóvenes pidiéndoles que se identifiquen y digan su edad antes de preguntar:
—Andrew, 13 años. ¿Qué es lo más importante que uno tiene que hacer si quiere ser escritor?
—Tienes que leer todo lo que llegue a tus manos.
—Whitney-Marie, 18. Cuando eras joven, ¿algún profesor tuyo te dijo que estabas escribiendo historias “demasiado” creativas? Yo soy uno de esos estudiantes a los que un profesor le dijo que no sea “tan” creativo. ¿Cuál es tu sugerencia?
—Fui acusado de plagio un par de veces, porque mis profesores pensaban que mis historias eran muy buenas. Y algunas veces lo que escribía no era lo adecuado para un alumno promedio. Mi solución fue hacer circular estos textos entre mis amigos, fuera de clase. De esa manera logré defender y madurar mi estilo.
—Samantha, 10. Pero, ¿por qué sólo escribes historias de terror?
—No es así. También he escrito historias divertidas, historias de amor, westerns, historias de prisiones y ciencia-ficción. Pero tengo fama de ser escritor de horror. Pienso que se debe a que las historias de horror son las que más recuerda la gente.
—Renée, 10 años. ¿Qué se siente ser un escritor famoso? Cuando tenías mi edad, ¿ya querías ser escritor?
—Es lindo ser famoso, aunque a veces puede ser un poco molesto. Y sí, cuando tenía tu edad quería ser escritor.
—Kristin, 15. ¿Has tenido alguna vez un bloqueo de escritor? Y si así fue, ¿cómo lo superaste?
—Sí, los he sufrido más de una vez (pero no muy seguido). Y cuando los tienes, lo único que puedes hacer es esperar a que se vaya. No hay otra forma.
—Jackie, 17. Bueno, ¿y qué trucos utilizas para atrapar al lector?
—Ya dije que no tengo en mente un público en particular. Escribo para complacerme a mí mismo (y quizás a otro lector, que es mi esposa). El estilo lo va sugiriendo la propia historia, y alguna vez me inspiro en algún libro que haya leído. Es mejor escribir en un estilo que sea natural para uno. Te tienes que sentir como en jeans y camiseta, no en traje de etiqueta.
—Taylor, 16. ¿Cómo te imaginas a tus personajes? ¿Te inspiras en gente que conoces o inventas rostros y temperamentos al azar?
—Los personajes se construyen solos, a medida que la historia progresa. Y sí, yo suelo comenzar por los rasgos que conozco, pero nunca “copio” a alguien de la vida real: sumo características de dos o tres personas, y genero una nueva. Y una vez dentro de la historia, las cosas nuevas aparecen solas. Mi truco consiste en no dejar que un personaje actúe como no haría en la vida real.
—Nikki, 17. ¿Cuánto control tienes sobre el proceso de adaptación de tus relatos al cine? ¿No sientes que te los “enanizan” al volverlos películas?
—Normalmente, o me involucro por completo, o me aparto del proceso. Si estoy afuera, trato de no meterme en nada, aunque tenga la posibilidad de elegir el casting, el guionista o el director. Si me involucro, trato de estar allí y ayudar en todo. ¡Es un trabajo difícil!
—Rhiannon, 10 años. Pero, ¿y por qué no escribes para los chicos? Oye, mi mamá ha leído todos tus libros, ¡pero a mí no me deja ni tocarlos!...
—De algún modo, todos los libros son para los chicos. Yo entiendo por qué tu mamá no te deja leer los míos, pero Los ojos del dragón, o el de Tom y la chica, no son más aterradores que Hansel y Gretel.
—Jerrica, 14. Dado que siempre escribes historias de horror, ¿has experimentado algo de lo que en ellas cuentas?
—¡No, gracias a Dios, no!
—Konnor, 8 años. ¿Pero tienes pesadillas, no?
—No. ¡Se las paso todas a mis lectores!
—Phoenix, 11. ¿Cuál es la historia que más te gustó escribir?
—Disfruto todas, pero las que más me divirtieron fueron Misery y Apocalipsis.
—Gabrielle, 13. Dinos más mensajes que haya en tus libros...
—Uno es: “No te fíes de la tecnología, puede no ser tu amiga”. Pero el que más se repite es: “El amor vence al miedo”. n
*Gentileza de Weekly Readery la revista digital Insomnia
www.stephenking.com.ar