En Bell Ville hay dos equipos: Argentino y Bell. Hay también un prócer: Mario Kempes. Pero, sobre todo, hay un invento: la pelota. Así es: la pelota tal como la conocemos ahora, sin tiento y con costuras invisibles, es una creación que ya está por cumplir 90 años y surgió en esa ciudad cordobesa. Por eso, Bell Ville también tiene una distinción: es la “capital mundial de la pelota”.
Esa historia, la de tres emprendedores bellvillenses que decidieron mejorar un elemento que iba a cambiar para siempre la historia del fútbol, la cuenta el documental La Superball, dirigido por el colectivo VacaBonsai, que esta semana se estrenó por la plataforma CineAr.
Todo empezó en el Mundial del 30. En la final se cruzaron Uruguay y Argentina y usaron dos pelotas distintas, las que había llevado cada selección. Eso generó, por supuesto, reclamos de todo tipo. Lejos de Montevideo, Luis Polo, Antonio Tosolini y Juan Valbones tomaron nota y decidieron hacer algo. Ese algo fue inventar un sistema de inflado que eliminaba el tiento, una molesta protuberancia que le daba a la pelota una forma ovalada y, además, dejaba secuelas en los que se animaban a cabecearla. Después de un par de prototipos nació la Superball, con válvula para inflarla y costuras invisibles. Un lujo.
El honor de hacer debutar a la nueva pelota lo tuvieron, por supuesto, los jugadores locales. La ciudad se revolucionó. Aquellos 24 y 25 de mayo de 1931 las canchas de Bell y Argentino explotaron. Había gente hasta en los costados de la línea de cal. Claro que eso también representaba un problema: cuando la pelota se iba afuera tardaba en volver porque todos querían patear o aunque sea tocar el chiche nuevo.
El documental muestra también la confección artesanal de cada pelota. Es maravilloso asomarse a cada uno de los pasos: el corte de los gajos pentagonales y haxagonales, el tratamiento de la cámara, el grabado con tinta de las inscripciones. Un proceso manual que tiene a la pelota como modelo terminado. Y en el medio de ese ciclo, la costura. Ahí es cuando se desvanece todo lo romántico que tiene la confección de un balón: en Bell Ville hay un ejército de mujeres que cose a mano cada gajo de cada pelota, y lo hace en condiciones lamentables. Ahí están, en sus casas, con las manos débiles, la vista gastada y los riñones deteriorados. Trabajan para sobrevivir, sin aportes de ningún tipo ni obra social. “Vivimos del fulbo”, dicen. Pero el fútbol no las reconoce.
Nada de lo que ocurra en esta ciudad cordobesa parece escaparse del diámetro de una pelota, balón, bola, globo, esférico, bocha, caprichosa o como quieran llamarla. Tiene un monumento en la plaza 25 de Mayo, pleno centro de la ciudad. Se venden al costado de la ruta: son un souvenir, como las naranjas en San Pedro y los salames en Tandil. Pero, sobre todo, marca una identidad: a aquel que se le pregunte, dirá con orgullo: “Soy de Bell Ville, capital mundial de la pelota”.