El timbre los sobresalta. La familia viene de participar de una misa por Luis, a quien hace un mes la patota secuestró por segunda vez. La incertidumbre los mantiene en estado de alerta permanente. Ricardo, 16 años, uno de los tres hijos de Luis, abre la puerta con precaución. Pero un grupo de gendarmes no le da tiempo a nada.
—¡Correte, pendejo! –grita el jefe del operativo mientras empuja a Ricardo y se mete en su casa.
El muchacho queda tirado en el piso y mira a los uniformados que atraviesan la puerta uno por uno. Siente rabia, impotencia y miedo. Sabe que no puede hacer nada, sabe que un mínimo intento de rebelarse contra estos sujetos armados e impunes sería un suicidio, sabe que está en peligro. Y sabe algo más: el jefe del operativo es el mismo que vio tantas veces en diarios, en revistas, en algún noticiero. Desde entonces, Ricardo nunca olvidará que el tipo que ahora está organizando el saqueo de su casa es Juan de la Cruz Kairuz, el entrenador de Atlético Ledesma.
Azúcar amarga. La muerte del empresario Carlos Blaquier hace diez días volvió a poner en primer plano su participación durante la última dictadura. Al dueño del imperio azucarero Ledesma se lo acusaba de haber facilitado camionetas para que las fuerzas de seguridad se trasladaran durante la Noche del Apagón, en julio del 76, cuando secuestraron a 400 personas, entre ellas muchos trabajadores del ingenio, en las localidades de Libertador San Martín y Calilegua, en Jujuy. Todos pasaron por centros clandestinos y fueron torturados. Más de treinta permanecen desaparecidos.
Los caminos de Blaquier y Kairuz se cruzaron el 13 de enero del 66. Esa noche un combinado de la Federación Tucumana jugó un amistoso nada menos que con el Santos de Pelé. Kairuz, un ignoto marcador de punta de apenas 20 años, anuló al Rey y alcanzó así sus cinco minutos de fama. En el palco, un joven Blaquier quedó deslumbrado con el muchacho y lo fue a saludar al vestuario. “Usted tiene un gran porvenir. Cuando ande por Jujuy, venga a verme”, se despidió.
Kairuz siguió su carrera en Atlanta, en Newell’s y hasta fue póster de El Gráfico. Pero una lesión en la rodilla modificó los planes: a fines del 75 colgó los botines con la camiseta de San Martín de Tucumán.
Con 29 años y la frustración a cuestas, Kairuz recordó aquella oferta de Blaquier y no la pudo rechazar. Salió del encuentro con un trabajo: entrenador de Atlético Ledesma, el club del ingenio. Ya como hombre del imperio azucarero, el DT gestó un buen vínculo con el teniente coronel José Bardaro, flamante jefe de la Policía de Jujuy. Y como un cargo en la Policía no se le niega a un amigo, Bardaro lo incorporó a la fuerza.
El golpe del 24 de marzo del 76 encontró a Kairuz en su doble rol de entrenador y miembro de la Policía. De ahí a participar de los operativos represivos hubo un paso. En el juicio por la Megacausa Jujuy, en el pasado diciembre fue condenado a cinco años de prisión efectiva después de haberse demostrado que se había desempeñado como oficial auxiliar de la Policía jujeña en la Comisaría 24 y en el centro de inteligencia paralelo de la fuerza provincial.
Uno de los operativos de los que participó fue el saqueo en la casa del doctor Luis Aredes, el exintendente de Libertador General San Martín que se había atrevido a cobrarle impuestos al ingenio Ledesma. Hacía un mes que Aredes estaba desaparecido, pero a los grupos de tareas les faltaba robar sus pertenencias.
A pesar del fallo de la Justicia, Kairuz sigue libre hasta que la condena quede firme. Tiene 77 años y espera. Ya no tiene a Blaquier ni al jefe de Policía para que lo protejan.