La tormenta iba a ser extensa e intensa. Pero el partido se iba a jugar sin lluvia, a cancha embarrada. Las nubes se vistieron de verdugo y decidieron no hacer caso a los pronósticos. Dos horas antes de que arrancara a rodar la pelota, se oficializó una lógica suspensión.
Llegué muy temprano a la Bombonera, casi como para abrir las puertas del estadio. A las 9 de la mañana arrancamos la transmisión de Fox Sports. El agua caía de forma torrencial. Todas las miradas estaban puestas en el mantenimiento del campo de juego. Luego de varias horas, la tormenta paró. El sistema de drenaje jugó su partido y cumplió su objetivo.
Pero la lluvia tenía otros planes en mente y truncó el espectáculo.
Un poco más tarde del mediodía, el agua volvió a ser incesante. Las postales de cascadas artificiales se viralizaron y sembraron la duda, anticipando un evidente final. Empapados de esperanza, los hinchas seguían entrando. Pilotos, bolsas de nailon, botas de lluvia, todo era inútil ante la furia de la naturaleza. Los puestos de comida, de alguna forma que desconozco y se lleva toda mi admiración, lograron mantener el fuego para seguir abasteciendo de choripanes a los hinchas, que solo tenían una pregunta en mente: “¿Se juega?”. Nadie tenía certezas, pero primó la cordura.
Las tribunas se llenaban y los hinchas alentaban. No les importaba mojarse, al fin y al cabo solo es agua. La pasión es más grande. Se oficializó la suspensión y el aliento seguía. Pero poco a poco, las populares y plateas empezaron a vaciarse.
La lluvia siempre le aporta épica al fútbol. Le da ese tinte glorioso que baja desde los cánticos de los fanáticos desaforados y contagia a los jugadores, que traban en cada pelota, generando una explosión de agua y espíritu. El fútbol con lluvia parece que se juega con el alma, con los dientes apretados y el corazón pegado a la camiseta.
La lluvia es Diego Maradona tirándose de panza al barro, mientras Martín Palermo abría los brazos y dejaba entrar en su piel el grito de gol de la hinchada después del recordado gol a Perú.
“Bendita lluvia”, suspiró el Pity Martínez en Brasil, luego de ganarle a Gremio y saberse en la final. Ayer, la bendición se transformó en maldición y nos quedamos con las manos vacías. Toda la ansiedad se ahogó entre las gotas que condenaron a suspender el partido que estamos viviendo hace días. Ayer se nos iba a escapar un poco de la tensión que nos delegó esta histórica final. Pero seguimos igual, con los puños apretados, las uñas comidas y las piernas cansadas como si lo estuviésemos jugando nosotros. A la espera, así quedamos.
Ya me estoy yendo de la Bombonera. La vida fluye como el agua y yo, justo hoy, tengo un casamiento. Empapada, me cambio en el auto y trato de llegar a tiempo. Esperando. La expectativa sigue intacta y a la ilusión de ver este partido que tanto ansiamos no la derriba ninguna tormenta.