Una noche apática puede levantarla un movimiento. O dos. El partido era la nada misma, la fresca de abril que por fin llegó, Gabriel Milito sentado en un palco, tibieza en los hinchas. Charlas de plateístas aburridos: qué bueno verte, ¿lo viste a Lanata con barbijo?, no sé a quién votar. Esas cosas.
Hasta que el instante llegó: al centro de Sánchez Miño le siguió el salto de Federico Anselmo, uno de los chicos de Estudiantes; y al salto, el giro del cuello para peinar la pelota rumbo al ángulo: perfecto, bombeado, estético, un gol en ciernes. El movimiento dos fue de Caranta: el arquero se suspendió en el aire con el timming justo para cachetear la bola. Del rebote en el travesaño surgió otro cabezazo, del debutante Elías Umere, con ganas de decirle a Caranta que estaba bien, pero que esa no la iba a sacar. Pero Caranta la sacó. La entrada al partido, esa masa sosa, ya estaba bien pagada.
Y si algo le faltaba al ganador del duelo, volvió a vestirse de un Superman amarillo en el segundo tiempo, cuando se tiró, astuto como un zorro, para ahogarle el grito a un zurdazo de Julián Marchioni. Caranta era el único que podía golpearse el pecho en Central, el equipo –de los dos– que debía argumentar por qué empezó la fecha como uno de los punteros. Estudiantes, enfrascados su ánimo y su cabeza en el partido decisivo de Libertadores contra el Barcelona –el de Ecuador, tranquilos–, jugaba a lo que pudiera su entusiasmo juvenil. Y eso, que no era tanto, valía más que la hibridez rosarina. Bastante más.
La actitud de unos y otros justificó lo que llegó después: el gol de Estudiantes. El que marcó Leo Jara, el mejor del local, solo después de un rebote que tuvo que dar Caranta: solo no puede, el hombre. Que el dueño del gol haya sido Jara dio pie a dos noticias más: a) nunca le había pasado en 120 partidos en Primera; y b) su mujer está embarazada, según se vio en el festejo. Que sea sanito.
Era todo risas hasta que Alejandro Donatti saltó en el área local y cabeceó con fuerza: gol, 1-1. Qué aguafiestas.