Con remotas chances en el Torneo Inicial y casi sin Copa Libertadores 2014, Boca se inventó su propio campeonato.Uno interno que decidieron jugarlo todos; los de afuera, tampoco son de palo. Juega Juan Román Riquelme cuando da una asistencia y también cuando mira desde el palco 23 de los 48 partidos que disputó Boca en el año. Juega Daniel Angelici cuando dice que “sin títulos es difícil renovar, aunque se trate de Bianchi”. Patea al ángulo el Virrey cuando dice sin decir: “No hago comentarios”. El silencio envuelve la crítica solapada al presidente del club, uno de sus principales detractores. Da el primer pase el dirigente Marcelo London, cuando habla y pone en cancha los planes A y B de Angelici: Guillermo Barros Schelotto y Martín Palermo, respectivamente.
“Aplican la estrategia del desgaste”, hace su lectura ante PERFIL el ex miembro de la actual CD Horacio Palmieri. La idea de apuñalar el ego de Bianchi remite a una fecha: junio de 2014. Cuando Messi y compañía irrumpan en los estadios de Brasil, Angelici quiere asegurarse que Boca sea un equipo Mellizo. Si bien el actual entrenador tiene contrato por tres años (aún no se cumplió el primero) hay una cláusula de rescisión a mitad de camino. A ese horizonte apunta la conducción de Boca, que lanzó sus dardos aunque prometió no tocar a ninguno del cuerpo técnico. “Si se meten con sus segundos, Bianchi se va”, resume en off un allegado al DT. Angelici lo sabe y no arriesgaría su capital político por activar semejante movida. Por ahora.
Doble efecto. La jugada involucra a un 10, un ex 7 y un ex 9. Con Bianchi afuera y Guillermo adentro, sería el fin de Riquelme en Boca. “Ojalá Bianchi cumpla su contrato y se quede ocho años más”, lo cubrió Román; se cubrió Román. Y agregó: “Todos los que tuvimos la suerte de ganar títulos, ojalá tengan la suerte de ser directores técnicos. Pero a algunos les costará más y a otros menos llegar a serlo”. Trompada.
El capitán de Boca siempre fue mirado de reojo por Angelici. Sin embargo, sobrevive a los cambios por el blindaje de La Bombonera y las encuestas de ídolos que encabeza cualquiera sea la consultora. El estratega lesionado sufre la estrategia del nuevo orden. Riquelme es “intocable” para el discurso pero el blanco perfecto puertas adentro. Algunos directivos lo consideran un jugador caro que ya no hace diferencias y tampoco es el espejo que pretenden para los más chicos del plantel. Guillermo es la cara perfecta: políticamente PRO, exitoso con Lanús (jugará la final de la Copa Sudamericana), dueño de un pasado glorioso con Boca como futbolista y un DNI de 40 años (la generación que pretende Mauricio Macri) y antirriquelmista. El candidato ideal tiene contrato en su club hasta junio. En un entramado freudiano, para que un hijo de Bianchi sea el entrenador de Boca, primero hay que matar al padre. Y a Riquelme.
Dicen que Angelici ya hizo su trabajo. Sus laderos, también. Ahora llega la etapa de bajar los decibeles y apoyar una gestión dinamitada desde lo discursivo. “No vamos a tocar a nadie del cuerpo técnico”, aclaró el presidente del club. Su banderita de la paz durará un semestre.
La obsesión por ganar. Quienes frecuentan al técnico de Boca dicen que confía en que puede revertir el tablero. Que el tiempo para trabajar se lo brinda el (incondicional) apoyo de la gente. Y que no piensa en irse ahora, cuando quieren que se vaya; se quiere ir ganador. “Carlos le tiene terror al fracaso”, aporta un dirigente. Bianchi y su ego espadean contra una dirigencia que cuestiona sus modos y entre futbolistas que, en algunos casos, siente que lo han defraudado. El DT ya no confía en Juan Sánchez Miño ni en jugadores por los que apostó, como Chiqui Pérez. Debido a que sólo podrá contar con dos refuerzos, se abraza a la idea de también recuperar a Pol Fernández (sin lugar en Rosario Central) y Nicolás Colazo, actualmente en All Boys. Con volantes con recorrido protegerá más a una defensa que además será reforzada.
Apelar a la gente es el nuevo deporte del Virrey. “Me siento más respaldado ahora que en los otros cinco años en los que estuve”, dijo ayer en conferencia de prensa. No es demagogia pura. Bianchi se cubre su dorada espalda de títulos con el clamor popular. Mientras, Angelici escucha. Como escuchó el veredicto de La Bombonera el día que le hizo temblar el pulso para firmar la renovación de Julio Falcioni. Bianchi es el DT de la gente. Pero en su lugar, pronto habrá otro ídolo. Uno que precipitaría la salida del “líder negativo”, como alguna vez Angelici definió a Riquelme.
Con Gago y unas cuantas dudas
Salvo algunos nombres seguros, la formación de Boca está repleta de signos de preguntas. Bianchi se cansó ayer de las derrotas de los titulares ante los suplentes y movió piezas. La mayor sorpresa fue la inclusión de Francesco Celeste por Sánchez Miño. De todos modos, el joven volante no quedó concentrado. Con las variantes, el equipo titular ganó 4 a 0 con goleadores no habituales: Joel Acosta, Ribair Rodríguez, Pablo Ledesma y Nicolás Blandi.
Sin Riquelme (desgarrado), Bianchi ensayó un 4-4-2 con una defensa que será la que juegue ante Lanús, mañana desde las 18.15. Con Orion en el arco, los defensores serán Marín, Cata Díaz, Rodríguez e Insúa (vuelve de una lesión). Las dudas se plantean en el medio y adelante, aunque la carta segura es Gago.
En la práctica de ayer hubo ataque renovado: no estuvieron Burrito Martínez ni Gigliotti, el goleador de Boca; sus lugares los ocuparon Riaño y Blandi.
Desde ayer, algo es claro: Bianchi profundiza el modelo.