Robert K. Merton, discípulo y amigo, como él mismo se definió, de Talcott Parsons (uno de los grandes sociólogos del siglo pasado), publicó hace exactamente sesenta años un artículo que se llamaba The Self-fulfilling Prophecy, (la profecía auto realizante), texto que la mayoría de los estudiantes de sociología y de comunicación en el mundo, ha leído en algún momento de sus estudios. Merton declaraba inspirarse en el famoso “teorema de Thomas”. W. I. Thomas, uno de los fundadores de la sociología norteamericana, enunció su teorema en 1928, según el cual “si los hombres definen determinadas situaciones como reales, ellas son reales en sus consecuencias”. El ejemplo más claro y contundente de la profecía auto-realizante, Merton lo había encontrado en el Miércoles Negro de la crisis del 30. Se genera una “definición pública de la situación” según la cual los bancos van a quebrar; una cantidad cada vez mayor de clientes corre al banco para retirar sus fondos; en definitiva, los bancos quiebran. “La profecía auto realizante –dice Merton– es en un principio una definición falsa de la situación. Pero genera, comportamientos que hacen que la concepción originariamente falsa se vuelva verdadera (…) Las definiciones públicas de una situación (profecía o predicción) se vuelven parte integrante de la situación y en consecuencia afectan sus desenvolvimientos ulteriores. Esto es propio de los asuntos humanos”. Como lo expresó unos años después el antropólogo Gregory Bateson, en los asuntos humanos “la realidad depende de las creencias”. Las profecías autorrealizantes son un caso particular del carácter autorreflexivo de los comportamientos sociales.
Georges Soros, el famoso empresario y multimillonario inversor, autor de varios libros polémicos sobre cuestiones de economía política, acaba de publicar en la New York Review of Books (4-17 de diciembre 2008) un artículo sobre La crisis y qué tenemos que hacer con ella. El artículo es una síntesis actualizada de su último libro, “El nuevo paradigma para los mercados financieros”, aparecido hace algunos meses. Soros ha sido muy criticado por economistas “académicos”, pero parece difícil poner en duda su conocimiento sobre cómo funcionan los mercados: en el 2007, cuando ya la burbuja inmobiliaria había comenzado a pincharse, retomó, a los setenta y siete años, las riendas de su empresa Quantum Investments, y se calcula que en el año realizó un beneficio de 2,9 billones de dólares.
Soros argumenta que la actual crisis sólo se puede entender si abandonamos la “teoría prevaleciente sobre el comportamiento del mercado”. Según esta teoría, –explica Soros– las crisis son resultado de factores externos azarosos (en el sentido que no resultan del funcionamiento “normal” del mercado), y si se producen, el mercado, por sus propias leyes, retornará, poco a poco, al equilibrio. Según Soros, su teoría alternativa difiere de la teoría dominante en dos aspectos: 1- Los mercados financieros no reflejan en forma adecuada las condiciones reales; proporcionan una imagen que es siempre, de una u otra manera, distorsionada; 2- Las imágenes distorsionadas que tienen los participantes en el mercado y que se expresan en los precios pueden, en determinadas circunstancias, afectar los fundamentos del sistema que los precios supuestamente reflejan. Los actores económicos, explica Soros en su último libro, “no basan sus decisiones en la situación real que afrontan, sino en sus percepciones o interpretaciones de la situación. Sus decisiones impactan en la situación (la función manipulativa) y los cambios en la situación probablemente cambian sus percepciones (la función cognitiva)”. Soros llama reflexividad a esta conexión circular entre los precios y la realidad subyacente. En verdad, la reflexividad de Soros no es más que una nueva formulación del viejo “Teorema de Thomas”. Decididamente, pareciera que las crisis ayudan a volver visible la autorreflexividad de los “asuntos humanos”.
El modelo de Soros parece cualitativamente distinto del “modelo dominante”, en la medida en que afirma que la conexión circular está presente siempre y no solamente en momentos de crisis. Sin embargo, no hay elaboración teórica que explique por qué “por lo general los mercados corrigen sus propios errores” y sólo “ocasionalmente hay una concepción falsa o una mala interpretación” que en una espiral circular de autorrefuerzo, “lleva a los mercados a un territorio muy alejado del equilibrio”. Su punto de vista sobre la alternativa mercado libre/regulación es interesante: Soros insiste en que los reguladores, al igual que los participantes en el mercado, también basan sus decisiones en una visión distorsionada de la realidad, “tal vez aún más distorsionada, porque los reguladores no son sólo humanos sino también burócratas y sujetos a influencias políticas. Por lo tanto, la interacción entre los reguladores y los participantes en el mercado tiene también carácter reflexivo”. Pero entonces, no queda muy claro el alcance del pedido que Soros dirige a Obama, para que la regulación sea una “alta prioridad” de la nueva administración.
El problema es que afirmar seriamente que los actores económicos están siempre habitados por los mecanismos de la autorreflexividad, es reconocer que la economía forma parte, como decía Merton hace sesenta años, de los “asuntos humanos”, y no podrá encontrar la buena respuesta a la pregunta por las crisis sólo en su propio territorio. Y no basta evocar, como lo hace Soros, la complejidad “de la ingeniería financiera sofisticada” que estuvo en juego en la burbuja inmobiliaria y que vuelve “el cálculo del margen y de los requerimientos de capital extremadamente difícil si no imposible”. Necesitamos una teoría socioantropológica del riesgo. El sociólogo alemán Niklas Luhman (otro discípulo de Parsons) pasó mucho tiempo trabajando en el tema.
Atención: inscribir la autorreflexividad en el comportamiento de los actores económicos no es en modo alguno atentar contra la objetividad o la cientificidad de la economía. Es simplemente explicitar que el sistema económico es un sistema complejo autoorganizante lleno de feedbacks (Soros emplea el término) y que el actor económico es un agente autónomo. Después de todo, como lo explica Stuart Kauffman, especialista en modelos de la complejidad aplicados a la biología, en su libro Investigations, la Escherichia Coli, bacteria muy común y simpática que busca glucosa en el intestino de los mamíferos, es un agente autónomo.
*Profesor plenario Universidad de San Andrés.