Cuando camina por la calle, Sergio Hernández siempre está atento a la estatura de las personas. Muchas veces se ha cruzado con algún chico alto al que paró y le preguntó si quería jugar al básquet. “Es más, si yo ahora veo a un pibe de dos metros, me voy de la entrevista para pedirle los datos”, dice riéndose. Su obsesión por buscar altura llegó a situaciones insólitas. Antes de ser entrenador de la selección argentina de básquet –un cargo que la Confederación ratificará en las próximas semanas–, el Oveja iba a los colegios de Bahía Blanca, su ciudad, pedía permiso a las autoridades y junto a sus ayudantes ponía un hilo en la puerta de salida. Un hilo a un metro ochenta y cinco centímetros del piso. Si alguien lo tocaba, al segundo era abordado por dos o tres locos que le insistían para que fuera a tirar al aro.
Hernández tiene para esta obsesión, como para casi todos los temas de los que opina, un argumento sólido. Dice que el biotipo del argentino –con un promedio de altura de 1,74 m a nivel nacional– no favorece ni al básquet ni a muchos otros deportes, pero que pese a eso el jugador –y el país– logra destacarse. “Decimos que somos vagos, poco solidarios, que no sabemos trabajar en equipo. Pero el deporte, sobre todo los colectivos, te demuestra lo contrario”, afirma.
—¿Y eso tiene que ver con el ADN del argentino?
—Indudablemente. Nosotros somos muy críticos de nosotros mismos. Cuando hice el profesorado de Educación Física, un profesor me dijo: “¿Usted quiere ver cómo es esa persona? Hágala jugar a algo. Como se muestre jugando, así es en la vida”. Yo creo en esa teoría. Veo que el que es descuidado o egoísta afuera es así en la cancha. El argentino, sin política deportiva, con poquita gente que practica deportes federados, en el culo del mundo, con un biotipo que no nos favorece, se destaca. Somos competitivos, comprometidos, patriotas.
—¿Ese es el legado que deja la Generación Dorada?
—El legado, fundamentalmente, es de valores e identidad. La Selección transmitió siempre valores como generosidad, honestidad, compromiso, compañerismo. Y después creó una identidad de juego. Siempre tuvimos grandes figuras en Argentina, pero no tenían el roce internacional que hacía falta para transformar a la Selección. Esta Generación nos enseñó que al básquet no se juega solo. Porque el deporte de alto nivel tiene ciencia, pero esa ciencia vos la tenés que acomodar a tu naturaleza. El argentino tiene una manera de jugar, de ver. Nos encanta la NBA, pero no tenemos esa esencia.
—Ahora, varios juveniles están yéndose pero, en lugar de a Europa, a Estados Unidos.
—No es el destino ideal para nuestros jóvenes. Lo ideal sería formarse en Argentina, que tiene una liga muy competitiva, con mucha presión y donde se forja el carácter. Después dar un paso por Europa y después, si tenés condiciones, ir a la NBA. El salto a la NBA directo te hace perder un escalón. Es como pasar de la primaria a la universidad. Y eso puede traer consecuencias.
—Vos decís que el entrenador tiene que dosificar el sentimiento del jugador.
—Porque se habla mucho del sentimiento, incluso del pensamiento, a la hora de jugar. Y lo lógico sería que en un partido de alto nivel se sienta y se piense menos. No es un momento para pensar o sentir un partido. El sentir te intoxica –sea cualquiera de los sentimientos: euforia, miedo, angustia o tranquilidad– y el pensar retrasa. En el básquet no podés pensar: ejecutás.
—¿El entrenador de básquet está más preparado que el de otros deportes?
—Al de básquet no le queda otra que prepararse. Porque es un deporte exageradamente táctico y cambiante. En 24 segundos vos tenés que resolver una situación. Entonces, tenés que construir una ciencia muy elaborada tanto de espacios a cubrir como de movimientos coordinados. Sobre todo ahora que los jugadores son más grandes y físicos, y ocupan más espacio, y los entrenadores hacemos un culto de la defensa, y construimos telarañas que son insoportables. Pero creo que cuanto más táctica y más orden hay, más belleza hay.
—¿Te gustaría trabajar en otro deporte, como hizo Julio Velasco?
—Me gustaría interactuar, aprender, saber cómo se preparan. Dirigir me parece demasiado osado. Ya me estaría creyendo más de lo que soy. El deporte es una ciencia, no hay vuelta que darle. Lo que pasa es que nosotros lo vemos como un juego, porque nació así. Cualquier persona que quisiera ser entrenador debería tener un ciclo básico. No puede haber entrenadores que no saben lo que es metodología. No se puede ir a un curso de entrenador de fútbol y que te hablen sólo de fútbol. Porque después sucede que hay entrenadores, de cualquier deporte, que no saben la diferencia entre estrategia y táctica.
—¿Qué tiene que aprender la AFA de la crisis que tuvo la CABB hace dos años?
—El deportista entiende que los objetivos generales están por sobre los individuales siempre. Después, cuando pasan a la dirigencia, los intereses individuales están siempre por encima; el poder o el dinero domina todo. Mirá lo que pasa ahora: se retira la televisión y hay clubes que literalmente no pueden presentarse a entrenar. Lo primero en lo que hay que pensar siempre es en el producto, en este caso el fútbol, que es sagrado. Pero no les interesa. El básquet es mucho más chico, pudieron meterse los jugadores y lo ordenaron.
—Pero el compromiso que mostró Scola no se ve en el fútbol.
—¿Vos creés que Messi puede tener la injerencia que tuvo Scola? Yo no sé qué pasaría si tres o cuatro referentes de la Selección dicen “no jugamos hasta que solucionen esto”. Creo que el fútbol es tan complejo, que la Selección jugaría sin esos jugadores. Puede ser que esto venga de cuarenta años de una dinastía. Quizá sean esas cosas que haya que pagar. Lo de la AFA tiene que ver con uno de los males que tenemos, cómo estropeamos una ciencia que es la política.
—¿Lo ves a nivel país también?
—Olvidate. Somos especialistas. Porque no nos dejamos gobernar. Tendremos nuestra razones: desconfiamos de los que nos gobiernan, para nosotros nos están robando. Y esto se traslada al deporte: ser presidente de AFA es como ser un ministro. En Argentina, dirigir una selección es un cargo político. Sea de fútbol o de básquet. Porque en definitiva la política está inmersa en todo. Y es una herramienta maravillosa que arruinamos nosotros.
—¿Cómo haces para cambiar esa realidad desde tu lugar?
—Lo hago en mi trabajo. Si no, me creería superpoderoso. Que Ginóbili y Brussino tengan los mismos derechos y las mismas obligaciones dentro del equipo. Que las reglas sean claras para todos, para el poderoso y para el no tan poderoso. Como líder de un grupo, yo tengo que igualar. Y es mi manera de colaborar con la sociedad. Y después, ser muy idóneo: prepararme, capacitarme. Tengo la responsabilidad de formar no sólo jugadores sino personas.
El futuro de Manu y Chapu
Sin Emanuel Ginóbili y sin Andrés Nocioni, que se retiraron en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, lo que viene en la selección argentina de básquet es una etapa de recambio. Y en esta etapa, que también tendrá a Sergio Hernández como conductor, tanto el Chapu como Manu –y también Luis Scola, que seguirá estando dentro de la cancha– tendrán una injerencia decisiva.
—¿Cómo se hace para encontrarles un espacio para que sumen?
—Ellos suman todo el tiempo. Manu es el tipo más comprometido con el básquet argentino que conozco. Manu y Scola están pendientes permanentemente de las nuevas apariciones, de los proyectos nuevos. Scola, de hecho, creó el Programa TAP (Transición al Profesionalismo), que ahora desarrolla el Enard. El Chapu no es de ese estilo, pero es un boy scout: siempre está listo y a disposición. Es un grupo que no sólo jugó bien al básquet. Tiene un compromiso que va más allá de si están dentro o fuera del equipo. Y tienen un conocimiento y un nivel intelectual muy alto. Vamos a tener que buscarle la vuelta más para echarlos que para incorporarlos.