Después de una final en la que aplastó a Serbia por 96 a 66 y dio una clase magistral de juego asociado –desechando las dudas planteadas en la fase inicial de un torneo que conquistó sin perder ningún partido–, la selección de básquet de Estados Unidos volvió a ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Es cierto que esta vez no contó, por lesión o por retiro, con algunos jugadores imprescindibles como Chris Paul, Stephen Curry, Anthony Davis o Kobe Bryant, quien está jubilado y fue pieza clave en Londres 2012.
Pero con el ejecutivo Jerry Colangelo como mandamás afuera de la cancha y el inspirador director técnico Mike Krzyzewski como referente dentro de ella, el combinado americano demostró que sigue firme lo que cambió tras el batacazo de la Generación Dorada: toda una organización puesta al servicio de un objetivo en común donde las estrellas deben servir al seleccionado y no al revés, y donde el estudio minucioso de los rivales y la defensa férrea como punto de partida tuvo más importancia que nunca.
Esa idea, que vio al “coach K” retirarse después de ¡tres! Juegos Olímpicos en los que su equipo obtuvo el oro y no perdió jamás, seguirá vigente en Tokio 2020, cuando el legendario, brillante y obsesivo entrenador de San Antonio, Gregg Popovich, tendrá 71 años de edad y se hará cargo de un conjunto de estrellas que, por aquella sucesión de victorias y por el deseo de ser comandadas por “Pop”, seguramente será el Dream Team con más renombre desde 1992.
Mientras LeBron James aprovecha para aclamar desde ahora mismo que quiere estar en Tokio, aún están por apagarse los ecos de la reciente consagración estadounidense.
Una consagración a aplauso limpio por la seriedad con que, pese a sorpresas como las que le planteó Australia, jugándole un partido histórico, Estados Unidos encaró cada enfrentamiento para, una vez más (y ya son 11), ganarle a España y terminar pulverizando a Serbia.
Se trató de unos Juegos que dejaron en claro que la excelencia deportiva de DeAndre Jordan, una inclemente máquina de saltar y defender, y de Kevin Durant, el alero más sublime del mundo, se pueden complementar de maravillas con la categoría de símbolos fundamentales para este grupo como Carmelo Anthony, Paul George y Kyrie Irving, y de hombres que fueron muy irregulares pero que, cuando aparecieron, como Klay Thompson, dejaron en ascuas al resto del mundo. Respecto del cual los Estados Unidos, salvo un milagro de proporciones bíblicas, no harán más que aumentar la diferencia cualitativa con el paso del tiempo.