Ahora que se vienen los entrenamientos de la Selección contra Panamá y Curazao, es buen momento para observar al menos dos cosas interesantes que fueron pasando desde el Mundial. Las voy diciendo en de-sorden, el que se menciona primero no es necesariamente el más importante. Pues: veo fútbol desde mediados de los 70. A lo largo de esas décadas, solo vi, en Argentina, tres arqueros que generaron imitación en los pibes. Quiero decir: los chicos, cuando juegan un picadito, siempre quieren ser el 10, el 9, u otro volante o delantero del equipo del que son hinchas. Pero solo tres veces vi chicos en las plazas queriendo ser su arquero ídolo: Gatti en los 70, Chilavert en los 90, y Dibu Martínez ahora. Fillol fue un grandísimo arquero, para muchos (no para mí) el mejor de todos, campeón mundial en el 78 y multicampeón con River, pero nunca generó ese tipo de idolatría.
La diferencia entre los tres arqueros ídolos es que Gatti y Chilavert lo eran de sus equipos, mientras que Martínez es ídolo de la Selección. En la época de Chilavert apareció la venta masiva de camisetas de los jugadores (originales o las maravillosas truchas y baratas), cosa que no ocurría en la época de Gatti, y entonces era habitual ver chicos en las plazas con el buzo negro con el bulldog del gran arquero de Vélez. Pero nunca como lo que se ve ahora con la 23 de Martínez. ¡Ahora los chicos quieren ser arqueros! ¿Es una evolución o una involución para el fútbol argentino? No lo sé. Sé, en cambio, que andan con la 23 hasta para ir a la escuela (al pasar, unos capos los de Mostaza de contratarlo como imagen antes del Mundial. En ese momento, Dibu era una inversión barata comparado con Messi, o incluso con Di María o Lautaro Martínez. Flor de negocio hicieron en la relación inversión-ganancia).
El otro tema surge de haber visto de nuevo todos los partidos del Mundial. Tengo un gusto amargo, o agridulce, me quedé como con una mueca de malestar. Argentina terminó siendo el campeón de la emoción, el de los infartos de los penales, el del desahogo interminable. Y está bien que sea así. Primero Argentina fue campeón y segundo… Francia. Pero por el nivel de juego, la Selección pudo haber quedado como una de las más grandes de la historia. Pero en algún momento de los partidos (salvo contra Croacia) el equipo, que venía ganando con baile, enloquecía y se comía una serie de goles de golpe que lo tiraba todo abajo. Pasó con Arabia Saudita, casi pasa con Australia, pasó con Holanda y con Francia. Solo no sucedió con Croacia, que fue el máximo paseo que vi en una semifinal. ¡Hasta Scaloni hizo entrar a todos los suplentes para que estiren las patas un ratito, como si fuera un partido amistoso y no la semifinal de un Mundial! Y cuando Francia se puso 1-2, la hinchada argentina justo estaba gritando “ole”. Si la Selección, como mereció, hubiera ganado los cuartos de final y la final con el arco en cero (sumado al 3-0 contra Croacia) no estaríamos hablando del equipo de la emoción, los chicos no usarían la 23, sino que hubiéramos estado en presencia de uno de los más grandes –sino el más grande– campeón de la historia. Pero no importa: fueron
unos minutos de tremendo desorden en cada partido, y finalmente cinco millones de personas en la calle festejando con locura y en perfecto orden.