Los reinados no son eternos. Los imperios no son inoxidables. Los monarcas no son inmortales. Si no, que lo diga Vélez. Después de veinte años de mantenerse como protagonista del fútbol argentino, le agarró un bajón que ya lleva dos temporadas. Pero no es uno de esos bajones que suelen tener la mayoría de los equipos y que provocan fastidios y preocupación. El de Vélez es más peligroso. De los diez partidos que jugó este torneo, perdió siete. De los cinco de visitante, cinco derrotas. Esta campaña, sumada a las anteriores, ubica al equipo de Liniers en una situación compleja con el promedio: en la tenebrosa tabla del descenso sólo tiene ocho equipos debajo.
Como si el promedio de 1,160 no fuera suficiente, en Vélez ocurren cosas que hasta hace poco estaban destinadas a otros clubes. Los barras tomaron un protagonismo impensado y dos ídolos y referentes del club, como el Turu Flores y Cristian Bassedas, dejaron de ser entrenadores, desgastados por los malos resultados. Estas situaciones que ocurrían en Avellaneda, La Plata o Rosario ahora se instalaron en Liniers. Pareciera que Vélez se está despertando del sueño de quinto grande.
Descargo. “El pasivo de Vélez no llega a los cien palos”, argumenta el presidente Raúl Gámez. Esos cien millones de pesos que están en rojo, aclara, son manejables. Sigue Gámez: el club no tiene deuda con los bancos, los empleados están al día, todas las actividades funcionan a pleno y con un par de contratos con sponsors o con el cobro de alquiler del estadio para recitales se acomoda todo. Aquel campeonato económico que prometió disputar, dice Gámez, está controlado. Falta el deportivo. “El único drama es futbolístico. Si se ganan un par de partidos, se calma todo. Claro que hay que ganarlos...”.
Aunque el presidente de Vélez dice que todavía no tiene miedo del descenso, cada vez que mira la tabla de promedios le agarra un escozor. “Si descendemos me mato –le confiesa a PERFIL–. Si cuando termine mi gestión llega a haber problemas futbolísticos pero el club está ordenado económicamente, me iría satisfecho. Pero si descendemos, no lo toleraría”.
Esta es la tercera gestión de Gámez como presidente del Fortín, pero nunca antes se tuvo que enfrentar a una situación futbolística tan comprometida. Y todo enmarcado en su eterna pelea con los dirigentes de la AFA, que ahora recrudece ante la crisis dirigencial que se instaló en la calle Viamonte, lo que le genera reproches. “El hincha de Vélez se acostumbró mal. Quiere ganar, no le importa lo que ocurre en el club. Entonces, ocurre que no nos cobran dos penales y me pasan la factura porque me enfrento a la AFA. Pero en ese sentido estoy tranquilo, porque la comisión normalizadora que maneja la AFA está tan ‘cachivachada’ que ni siquiera tienen capacidad para perjudicarme”.
La Pandilla. El presente de Vélez está tan enrarecido que hasta los barrabravas ganaron un espacio que hasta hace poco no tenían. La presencia de los violentos, por supuesto, tiene que ver con los pobres resultados. El año pasado, por ejemplo, seis barras irrumpieron en la Villa Olímpica para apretar a los jugadores, en especial a dos juveniles: Yamil Asad y Fausto Grillo.
Un episodio más violento ocurrió hace casi un mes. Después de perder 2-0 contra Talleres en Liniers, los barras encararon a Blas Cáceres, que ese partido ni siquiera había jugado, y lo intimidaron de la peor manera: le rodearon el auto y abollaron la carrocería, mientras el jugador estaba adentro con su hija de un año.
La parálisis futbolística no sólo repercute en los torneos domésticos. Hace dos años que Vélez no juega una copa. La última Libertadores, por ejemplo, fue la de 2014, cuando se quedó afuera en octavos de final. Con la Sudamericana pasa algo parecido: la última edición que lo tuvo como protagonista fue la de hace tres años. Entre 2009 y 2013, el club de Liniers disputó nueve torneos continentales. Ahora, como el “chiquilín”, los mira de afuera.