Después de tanta bibliografía publicada sobre Los Redondos, el Indio Solari se decidió a contar su historia. Le puso primera persona a cincuenta años de aventuras, primero con Skay y la Negra Poli y después a partir de su carrera solista. En Indio Solari, recuerdos que mienten un poco, el músico habla de todo: familia, infancia, La Plata, amigos, libros, drogas, cine, letras de canciones, fobias, poesía. En fin, son 850 páginas del universo Solari. Y también habla de fútbol: los picados en las calles platenses, Boca y la admiración por Riquelme.
Desde el vamos, el Indio deja claro cuál es la camiseta que eligió desde que era un pibe: “Siempre fui muy querido. Tengo mi caracter –no me tirés de los pelos del culo, porque no me gusta–, pero le caía bien a todo el mundo. De chico los vecinos me regalaban camisetas de fútbol, para que me hiciese de unos u otros. Yo usé siempre la de Boca. Por los colores, ante todo; la blanca con la banda roja nunca me tiró bola”.
Por esos años, cuenta Solari, también jugaba a la pelota en las diagonales de La Plata. “Cerrábamos dos esquinas y éramos veintipico jugando. Al Caimán lo volvíamos loco. El tipo tenía su casa con un portón de metal en el garaje y nosotros, brum, brum: todos los pelotazos contra el portón. Hasta que salía a buscarnos y nosotros rajábamos, cagando. Una vez salió con un cuchillo y, mamita: chau pelota. No lo dejamos dormir la siesta nunca más”.
El Indio no era, según explica, un jugador virtuoso. Más bien, todo lo contrario: “A excepción de Walter, ni Semilla ni Skay jugaron nunca al fútbol. Yo jugué un poco, me gustaba. Tiraba buenos centros, pero ante todo era amigo de los que jugaban bien y por eso me metían en sus equipos. Fui un buen marcador. Ahora, ojo: no pasaba diez metros de la mitad de la cancha, porque no me gustaba entrenar. Era sucio para jugar, no pegaba fuerte pero te sacudía el tobillo todo el primer tiempo y en el segundo ya no podías correr.
”La psicodelia me salvó. En lo que hago encontré un jugo más poderoso que la adrenalina del deporte.
”Seguí jugando ocasionalmente por puro placer hasta que me quebré los meniscos, poco antes de dos shows, mientras peloteaba con mis sobrinos. Ahí aprendí que uno tiene que cuidarse, sentí la responsabilidad de que no me pasase nada.
Por algunos temitas relacionados con sus fobias, el Indio no va a la cancha. Prefiere mirar los partidos por televisión. De Boca, por supuesto, y del Barcelona. Tampoco sale a festejar títulos ni copas. “En el Mundial 78 separé las cosas, como hizo mucha gente. Como sabía lo que estaba pasando, no fui nunca a la cancha. Tampoco salí con la bandera a festejar. Las únicas veces que festejé por cuestiones vinculadas al fútbol fue cuando ganaban Estudiantes o Gimnasia y Esgrima La Plata. En la época gloriosa celebrábamos con todo: sándwiches de miga, maníes, cerveza… Aprovechábamos el festejo y nos sumábamos, dejando la mesa sin pagar. ¡Si yo siempre fui bostero!”.
Una carta para Román, el artista
Un artista, creo yo, desconociendo tal magnitud y aceptando con gratitud ser un músico popular, tiene el deber de cruzar la frontera del sentido común de la sociedad donde se manifiesta. Visitar esa terra incognita las veces que sea necesario para así observar la vida desde un estado de conciencia que escapa con paso rápido de las tradiciones, del legado de los muertos. Sus recompensas son la soledad, el viento recio y transitorio de la pasión y las borracheras provocadas por la belleza ocasional.
Ahora bien, luego de este parloteo con el que he jugado a describir lo que no me es propio, recién ahora veo que una definición ejemplar y clara me llega para acabar con este intento vano. Y digo entonces: UN ARTISTA ES COMO ROMAN.
(Fragmento de un texto que el Indio le dedicó a Riquelme y publicó en su libro)