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El insólito festejo del fracaso

Maradona y la épica nacional de la derrota.

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| cedoc

La Selección noqueadora quedó noqueada. A un equipo que le rendía culto a Mike Tyson, una máquina de tirar trompadas, lo volteó un estilista, Muhammad Alí disfrazado con camiseta alemana. A cualquier otro técnico, la goleada le habría valido la condena popular. El escarnio. El destierro. Marcelo Bielsa todavía arrastra la mochila de haber quedado eliminado en la primera fase del 2002. El epitafio de José Pekerman tal vez diga: “He aquí el hombre que no puso a Lionel Messi en el 2006”. Pero con Diego Maradona todo es diferente. Decenas de miles de argentinos lo recibieron en Ezeiza y le pidieron que continuara en la Selección. Tenían la determinación de vietnamitas dispuestos a inmolarse por la causa maradoniana. No se planteaban la capacidad del ídolo para ejercer el cargo. Tampoco los afectaba la decepción del quinto Mundial seguido sin semifinales. Mientras Messi, Javier Mascherano y Gabriel Heinze estaban de duelo en el colectivo, abajo los hinchas le daban el puntapié inicial a una nueva resurrección de Maradona. Armaron una fiesta, tenían amor incondicional. Más que hinchas de la Selección, parecían hinchas del DT.

Pacho O’Donnell apoya esa tesis: una parte de la Argentina es Diegolandia. Según el escritor e historiador, “con otro técnico, esa recepción no pasaba. Diego caló en el inconsciente colectivo. En este Mundial se revivió el clima del '86, cuando Maradona se burló de los ingleses después de las Malvinas. La guerra terminó en derrota, pero sus goles fueron una venganza. Fue como si hubiésemos terminado 1 a 1. Porque Diego va más allá del fútbol: expresa el sentimiento profundo de sectores populares. Es el vocero de los que no tienen. Y encima es muy patriota. Por eso este equipo, más allá de haber jugado bien o mal, generó tanto apoyo. La gente fue a recibirlo a él, no a los jugadores”. El encuestador y politólogo Artemio López, también sorprendido por la recepción, incluye el efecto maniqueísta que provoca Diego: “Maradona divide opiniones favorables y desfavorables. Siempre polariza. El tema es que sus adherentes son muy activos y tienen una visibilidad muy superior a la de sus opositores” .

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