Don Roberto de Vicenzo, el padre del golf argentino, cumple hoy 86 años. El espectacular triunfo del Pato Cabrera en el Masters de Augusta pareció incomodarlo un poquito, limar algo de su pedestal de bien ganada gloria deportiva. Apenas conocida la nueva consagración del Pato, se sinceró por radio: “Al verlo con el saco verde (el de los ganadores de ese legendario certamen) se me caen un poco las lágrimas. Me hubiese encantado tenerlo yo también. No creo que Cabrera me lo dedique, porque tiene 45 años menos que yo. Los viejos estamos un poco olvidados..."
Se equivocó don Roberto. Cabrera, el vengador de aquel histórico error de De Vicenzo que le privó del título en Augusta en 1968 por anotar mal en la tarjeta, le dedicó emocionado su victoria. Aunque el cordobés de Villa Allende nació al año siguiente de aquel desafortunado episodio y los separan al menos tres generaciones, los une la historia.
Hace más de tres décadas, como si hubiese vislumbrado el futuro a largísimo plazo, en un reportaje de la desaparecida revista “Goles”, don Roberto, entonces a un paso del retiro, le decía al autor de esta columna: “No me engaño: yo voy en bajada y los demás jóvenes vienen subiendo. No me asusta, es una ley de la vida. Ahora mismo me pondré a pensar en cómo serán mis días cuando sea más viejo: me consuela saber que nunca me faltará alguien con quien hablar un poco de golf”.
Vivimos en un país donde los viejos, como dice Don Roberto, se olvidan. Es decir, se los confina en los geriátricos o a las magras jubilaciones. Pero los próceres, no. Entendamos la palabra prócer tal cual la define la Real Academia Española en sus dos primeras acepciones: 1) "Eminente, elevado, alto"; 2) "Persona de la primera distinción o constituida en alta dignidad". Llámense San Martín o De Vicenzo, la Argentina no olvida a esos tipos que lograron llegar al olimpo del reconocimiento público en un país que, por fortuna, aún tira para abajo las famas mal habidas.
El deporte no es la excepción. Este hombre que se acerca a las nueve décadas de vida, que sabe lo que es haberla pasado mal (“No me avergüenza decirlo, en casa muchas veces no tuvimos para comer”, recordó en aquel reportaje), siempre será referencia obligada de las jóvenes generaciones, aunque Cabrera, antes de los 40, lo haya acaso superado ya en méritos deportivos por haber ganado dos de los tres torneos más importantes del mundo (Abierto de Estados Unidos en 2007 y Masters de Augusta en 2009), contra sólo uno suyo (Abierto de Gran Bretaña, en 1967).
Pero don Roberto siempre será recordado como el padre del golf argentino, el hacedor de la lenta transformación de una actividad con formato de élite a un deporte que hoy practican cada vez más empleados de clase media y hasta lo recomiendan los médicos para darle batalla al sedentarismo y limpiar la mente del estrés. Acaso lo sea, también, por cumplir con el mandato de esa metáfora tan argentina de la movilidad social ascendente. Algo así como el “sueño americano” del cual se ufanan los Estados Unidos, pero en versión criolla.
De pibe pobre a prócer del deporte. Del mismo modo que el tenis se funda en el país con Vilas y no con Morea. Con gente querida, como él. Este hombre que hoy sopla las 86 velitas debería recibir el mejor de los regalos: reconocerle que la explosión del Pato Cabrera ha sido posible porque hace ya casi medio siglo el gran Roberto De Vicenzo sembró sus semillas en las rutas del golf y de la vida.