Sobre el final, entre una madeja de piernas y jugadores tirados, casi como un símbolo de una batalla perdida, Wanchope Abila hizo que Independiente se despidiera de la lucha por el campeonato. Suena fuerte, pero ni las matemáticas –que siempre dan margen– ayudan a tener ilusión: el Rojo empató su tercer partido consecutivo y quedó a once puntos del líder Boca, que juega hoy.
Quedan consuelos que podrían convertirse en objetivos mayores: entrar a la liguilla PreLibertadores y ganarle el clásico a Racing.
Para Huracán, que acumula cinco partidos sin victorias, aunque aún no perdió desde que asumió Eduardo Domínguez, la perspectiva es menos pretenciosa, y más oscura: sumar puntos para engrosar el promedio y, como plus, buscar el golpe ante San Lorenzo.
Al menos por lo que hizo su equipo en el primer tiempo, Domínguez puede sentirse contento. El había dicho cuando asumió que no quería once ideas en el campo de juego y que pretendía buscar un equilibrio y adueñarse de la pelota en el medio. Quizás por eso la inclusión y confianza que le está dando a Montenegro, un buen aliado para el criterio y las asistencias de Toranzo.
Pero Independiente se reversionó en el segundo tiempo. Sin ser una aplanadora, le sacó la pelota a Huracán. Y ya sabemos que cuando eso sucede, el escenario cambia sustancialmente: con Mauricio Pellegrino en la platea y dando indicaciones con un handy –expulsado por haber salido tarde del entretiempo– intensificó su juego y le llegó un par de veces. Así fue como Lucero se encontró solo ante el arquero y marcó el primero. Hay que decirlo, aunque escribirlo sea más fácil que jugarlo: el arquero de Huracán salió muy lejos y además desarmado, con lo que ayudó a que el toque del delantero entrara sin problemas.
Huracán, casi por obligación y de un modo distinto al que había exhibido en el primer tiempo, empezó a arrimarse al arco de Rodríguez. Ese cambio de maneras quedó claro con un tiro de Vismara a los 25 minutos: de lejos, sin conexión con los delanteros, el volante central tuvo que probar al arco desde 30 metros. Muestra de impotencia.
Pero como en el fútbol la impotencia –y cualquier otra situación– es relativa, Huracán llegó al empate en una jugada que podría definirse como la antítesis de la prolijidad que intenta impregnarle Domínguez al equipo. Fue a través de Abila ya en el descuento. Sirvió para que en el Ducó, la gente disfrutara de la previa del clásico con San Lorenzo sin la tristeza de una derrota.