17 de junio de 2012 | 11:31
“Lo que alguien es comienza a delatarse cuando su talento declina, cuando deja de mostrar lo que él es capaz de hacer. El talento es también un adorno; y un adorno es también un escondite”. De “Más allá del bien y el mal”, Sección cuarta: Sentencias e interludios, 130 (1886) de Friedrich Nietzsche (1954-1900)
Cristiano Ronaldo, pobre, lo tiene todo. Suena medio ridícula la palabra “pobre” cuando uno habla de él; un futbolista extraordinario, un hombre elegante, muy seguro de sí mismo, de rostro perfecto, físico imponente, contratos de seis cifras, decenas de novias y una carrera notable. Alguien que lo tiene todo para ser el mejor del mundo. ¿Lo es? No.
Porque existe Messi.
Un chico que nació sin ese irresistible carisma. Que no es ni tan bonito, ni tan musculoso, ni tan seductor con las chicas. No tiene esa sonrisa perfecta capaz de venderlo todo y los trajes de marca nunca le quedan tan bien. A su lado, en esas pomposas fiestas que organiza la FIFA para premiar a sus superestrellas, parece insignificante. Un petisito tímido que sonríe, se esconde y apenas habla. No califica.