Faltaban dos días para el inolvidable 1-6 en Bolivia. Envalentonados por el contexto favorable –la nueva Selección llevaba tres triunfos, ante Escocia, Francia y Venezuela–, allegados a Maradona dejaban correr el rumor de que Julio Grondona ya tenía previsto extender el contrato de Diego. “Será hasta la Copa América 2011”, se aventuraban, cuando ni siquiera se había firmado el original. No sólo debe decirse que aquella idea de los maradonianos no prosperó: hoy, a un mes de que la Argentina se juegue su clasificación al Mundial, nadie puede asegurar que sea el actual DT quien dirija al equipo contra Perú y Uruguay.
A cada cual lo suyo. La derrota ante Paraguay tuvo consecuencias inmediatas: en la madrugada del jueves, ya en Ezeiza, Grondona pidió una reunión urgente con todo el cuerpo técnico, los dirigentes Luis Segura y Noray Nakis, y algunos administrativos. Faltaron dos: Maradona y Bilardo; el entrenador se había ido rápido, con su novia, mientras que el secretario técnico había elegido irse a su casa sin pasar por el predio. Fue, al decir de un testigo, un verdadero ataque de furia del presidente. Llegó a apuntarles directo a Alejandro Mancuso y Miguel Angel Lemme: “No sé qué hacen ustedes acá. ¿Se dan cuenta de que esto es la Selección argentina?”, se salió de su habitual compostura. “Y a Bilardo díganle que deje de preocuparse por las entradas para las hinchadas amigas suyas y los brujos que hacen trabajos. ¡Que trabaje más él!”, siguió. El encuentro, monopolizado por la voz de Grondona, duró desde las 3.30 hasta las 7.45. El silencio fue la respuesta más común de quienes le ponían el oído al presidente.
¿Y ahora? Al margen del calor de la improvisada cita, lo que Grondona intentó fue marcarle la cancha a Maradona, algo que había intentado (sin éxito) después de la derrota contra Ecuador. “No lo va a echar, pero le va a cerrar todos los caminos para que se vaya solo”, le confía a PERFIL un dirigente cercano al titular de la AFA.