El lugar de reunión es siempre el mismo: la oficina del puntero kirchnerista Marcelo Mallo, en el sexto piso de un edificio de la calle Arenales al 1600, en plena Recoleta. El anfitrión espera sentado en una larga mesa de reuniones, de espaldas al ventanal con cortinas verdes. Toca sin demasiada atención algunas teclas de su notebook, mientras habla con voz fuerte por su celular. “Me tendrías que haber avisado antes... Ahora no sé qué podemos hacer. ¿Qué puede hacer el juez? Dejame hablar con alguien, después te digo”, le dice a su interlocutor, y luego le pasa el celular a uno de los dos laderos que aguardan a su lado. Las fotos de Aníbal Fernández adornan la oficina, junto a un enorme cuadro de Evita, una bandera argentina, una foto enmarcada de Mallo junto a Cristina Kirchner, otra con Carlos Menem y numerosas tarjetas personales de funcionarios, abogados y demás, como para dejar bien en claro que lo que sobran son contactos.
Pasadas las dos de la tarde de ese miércoles 18, los líderes de once barras de equipos argentinos van entrando a la oficina por la puerta de servicio, y pasan –irónicamente– por delante de un cuadro de Mahatma Ghandi hasta llegar a la mesa de reuniones donde los espera Mallo. La cumbre de este nuevo grupo autodenominado “Hinchadas Unidas Argentinas” estaba por comenzar. Esta nueva agrupación se creó, en un principio, con el fin de conseguir la ayuda económica para viajar al Mundial, aunque rápidamente fue ampliando su propósito. Hoy ya están pensando en la creación de un aparato político independiente, que apoyará al mejor postor y que hasta planea ofrecer publicidad en las tribunas. Sería, ni más ni menos, que blanquear el maridaje entre los barras y la política. Un negocio redondo.
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