Sale del vestuario de un Maracaná que anotará su nombre al lado de los grandes que alguna vez la rompieron en ese templo del fútbol Mundial. No es consciente que su actuación y la de sus compañeros ante Uruguay, con sus dos golazos incluídos, desplazará a la de Valderrama y compañía, en el inolvidable 5-0 ante Argentina, como el partido más importante de la historia del fútbol colombiano. Se abraza con José Pekerman, quien le dice : “Gracias por todo”. Es que el argentino sabe que él es el nombre propio que con su talento y sus goles guía a su selección a estar entre los ocho mejores por primera vez. El es James Rodríguez, el ‘nuevo Pibe’, el goleador del Mundial.
“Estoy feliz porque primero ganamos y porque logramos pasando de ronda. No hay noción y porque estamos aquí dentro. Quizás cuando salga y acabe todo esto pueda tener noción. Pero ahora estoy feliz y tratando de marcar en cada juego como si fuera el último”. En su voz esconde, quizás, el único elemento en el que no evolucionó desde su llegada a Europa: la timidez. Porque hay algo que es evidente en este veterano de tan sólo 22 años, y es que a cada paso que da agrega una cualidad a su juego. Desde que llegó a Brasil no para de sorprender al mundo y récords, a su talento le agregó goles para ser el primer jugador desde el italiano Christian Vieri, en Francia ‘98, en anotar en los primeros cuatro partidos que lleva jugados.
Hijo de Wilson Rodríguez, un voluntarioso mediocampista que jugó en Primera durante casi siete años, y Pilar Rubio, el actual crack del Mónaco francés mostró su amor por el fútbol cuando cada tarde le pedía a su madre una malta y una rosquilla para ver sus dibujitos favoritos: los Supercampeones. La mítica serie animada japonesa fue “la razón por la que se decidió en ser futbolista”. Y su vida bien merece ser una película de superación.
Su talento lo llevó a ser un distinto desde pequeño. A los 15 años debutó en un Envigado con el que se fue al descenso y ganó su primer título al año siguiente para devolverlo a Primera. Siempre fue la joya de la familia pero con un rasgo distintivo: a él le gustaba pulirse solo a base de trabajos. Cuentan que desde pequeño se quedaba dos horas después del entrenamiento perfeccionando una pegada que es una de sus marcas registradas. “No le gusta perder ni a la Play Station, que es su otra pasión”, lo define su madre.
Llegó a Banfield con 17 años y muchas más dudas que certezas. Pero encontró en el club del Sur le cambiaron su estilo. Dejó la parsimonia colombiana que atentaba contra sus intenciones de tener continuidad. Fue Falcioni el que lo sacó de su zona de confort y lo hizo evolucionar tanto física como futbolísticamente. En el Banfield campeón ya demostró que estaba para grandes cosas. Después vino el ojo clínico del Porto y se robó la joya de la corona. Ahora en el Mónaco, en una liga de menos nombre, terminó de moldear su juego.
En Europa mejoró en la toma de decisiones y se amoldó a un fútbol en el que el traslado excesivo de la pelota no es una virtud sino una deficiencia. Le agregó concepto a su fútbol y entendió que jugar sin el balón es casi tan importante como con él. Ataca el espacio como pocos jugadores a su edad.
En la Selección Colombia se bancó la mochila de ser el primer pase de un equipo lleno de talento y que tiene a la mejor generación de su historia. Sus cinco goles y dos asistencias en lo que va del Mundial dejan en claro que ya es el mejor café de todo el Mundial...Y el principal obstáculo para Brasil, cuando lo enfrente el viernes en los cuartos de final.