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Opinión

Jugadores, rebélense

En estas últimas horas de Superfinal recargada, de despojos colonialistas, barrabravas viajeros y circo mediático, vale recuperar –es imprescindible recuperar– lo que decía Sócrates.

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Líderes. Ponzio y Tevez, dos que podrían haber dicho algo más. | fotobaires

En estas últimas horas de Superfinal recargada, de despojos colonialistas, barrabravas viajeros y circo mediático, vale recuperar –es imprescindible recuperar– lo que decía Sócrates. No el filósofo griego, sino el futbolista brasileño, aquel exquisito mediocampista que brilló en los ochenta y que fue símbolo de la Democracia Corinthiana en tiempos de dictadura. Cada vez que lo entrevistaban, Sócrates contaba que quería promover una “reforma constitucional” o formular un proyecto para que los jugadores de Brasil estuvieran obligados a formarse. No porque quisiera que hablaran lindo o citaran a Sartre, sino porque consideraba que los futbolistas podían ayudar a visibilizar algunas injusticias. “El futbolista es muy importante para las futuras generaciones en un país como el mío. Es la persona más oída. Es la referencia de muchos chicos y de mucha gente”, decía.

Sócrates –que además de mediocampista era médico y gran lector de filosofía (“Estoy aquí para leer a Gramsci en su lengua original”, dijo en 1984 cuando lo fichó Fiorentina)– no se hubiese quedado callado si su Corinthians jugaba una final de Libertadores en Europa. Como tampoco se hubiesen quedado callados Riquelme o Maradona, por citar dos ejemplos argentinos y no necesariamente idénticos. De Sócrates lo intuimos. De Riquelme y Maradona lo certificamos, porque hablaron en estos días.

Gallardo también mostró su fastidio: “Vamos a recordar esto como una vergüenza total”, remarcó. Barros Schelotto prefirió no entrar en polémicas.

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Pero desde que se suspendió el partido y empezó el triste show dirigencial de idas y vueltas, los jugadores de River y los jugadores de Boca no dijeron ni mu. Nada. La mayoría calló. Y los que hablaron, esbozaron lugares comunes como “son decisiones que no tomamos nosotros” (Benedetto). Recién el jueves, ya en Madrid, el capitán de River, Ponzio, salió a decir algo más o menos sólido. Aunque se centró más en la solidaridad con los jugadores de Boca el día de la suspensión, que en el despojo al que sometieron a las 67 mil personas que querían disfrutar el partido de sus vidas en el Monumental.

Más allá de ese mensaje, ¿no hubiese sido necesario que Ponzio –o Gago, o Tevez– salieran a cuestionar este viaje absurdo que quedará como una mancha por los siglos de los siglos? ¿No hubiese sido necesaria la prédica de Sócrates, y que los futbolistas –que en definitiva son los dientes del negocio y los únicos capaces de detener el engranaje– se opusieran a esta ridiculez de definir la mayor copa sudamericana en otro continente?

La Conmebol se vende al mejor postor, ya lo sabemos.

Los dirigentes piensan más en ellos que en los clubes, ya lo sabemos. La AFA está pintada, ya lo sabemos. Los funcionarios no tienen ni aptitudes ni sensibilidad social, ya lo sabemos. Los barras gozan de impunidad y se ríen de nosotros todo el tiempo, ya lo sabemos. Los periodistas son en su mayoría una desgracia, ya lo sabemos.

¿Pero los jugadores? Alguna vez deberían asumir su responsabilidad y guiar el destino de un barco a la deriva.

Quizás estén preparando algo inesperado. Un grito emancipador que legitime el nombre de la Copa. Soñemos: hoy, a la hora del partido, ninguno de los equipos sale. Pasan uno, dos, cinco, diez minutos, y nada. Ni River, ni Boca. Solo los árbitros. Hasta que aparecen los dos capitanes y comunican que no van a jugar. Que la Conmebol le dé el partido ganado al Real Madrid o a quien quiera. Sería, además de necesario, un momento mágico: el momento en que de verdad podríamos hablar de una reconstrucción.

Soñemos. Que por algo se empieza.