Desde Los Angeles
Acá no hay cumbia. Ni cumbia, ni rock, ni jazz, ni blues, ni nada. Tanta paz que a más de un argento le gustaría poner un cuartetazo en volumen 61 y romper con todo. Los Spurs están a 45 minutos de salir a la cancha para enfrentar a los Lakers, y el vestuario es silencio hospital. Camina Tim Duncan en cuero con auriculares inalámbricos del tamaño de una aceituna; Kawhi Leonard, sentado con las piernas estiradas y esas ojotas que no se meten entre los dedos, tiene la mirada perdida y juega con los dedos gordos de sus manos (dedos que son dedotes). Pasa Tony Parker y agarra una fruta de la bandeja de frutas que sirvió un ayudante. Aron Baynes elonga a medio metro de esas frutas, Boris Diaw recibe masajes y Marco Belinelli llena un sobre con entradas que alguien les hará llegar a sus amigos, parientes o garroneros. Gregg Popovich se saca la joggineta de los Spurs para ponerse un saco más decoroso.
Llega Manu, que se había ido a practicar tiro para calentar la muñeca. Ahora en el vestuario hay ocho jugadores y algunos periodistas, algo extraño para un argentino, pero normal en la NBA: los visitantes suelen atender a los medios antes de los partidos porque después, muchas veces, se les va el avión. Primero habla el entrenador unos 15 minutos y después los jugadores, una media hora. Manu aprendió a convivir con vestuarios llenos de intrusos. “Venía de otra cultura, tanto en Italia como en Argentina el vestuario es un búnker privado. De pronto me encuentro con esto, con gente adentro, me siento invadido. Al principio, por dentro pensaba: ‘¡Qué hacen estos tipos acá, déjenme cambiar tranquilo!’, pero con los días empecé a entender cuáles son los tiempos propios y cuáles los tiempos públicos. Fue chocante”, es lo primero que dice.
—¿Te sigue sorprendiendo la NBA?
—No, ya no me impresiona todo lo que rodea al show. Después de doce temporadas, la liga en sí ya es normal para mí, estoy muy afianzado, en ningún lugar jugué más que acá; tal vez en la Selección, pero eso es un mes de vez en cuando. Acá son ocho meses cada temporada, ya soy parte de esto. Sí me impresionan los jugadores nuevos. Año a año van llegando y levantando más la vara.
—¿Por ejemplo?
—Patty Mills, por la regularidad y lo importante que fue en el último mes... Bah, miento, en realidad no puedo decir que me sorprendió porque ya lo había visto mucho, y no por nada llegó a ser goleador de los Juegos Olímpicos, no cualquier perro hace eso. Tiene un talento impresionante y está teniendo una temporada increíble. Cuando Tony se lesionó y estuvo afuera dos semanas, Patty hizo un trabajo buenísimo.
—¿Algún otro?
—Mmmm… No, del resto no puedo agregar nada, tenemos mucha regularidad, estamos muy consolidados, competimos casi todos los días... no podría decir que somos un equipo sorprendente.
El vestuario es un santuario, pero afuera, el Stapples Center es una caldera. Aun por estos días, en los que los Lakers vienen para atrás. Sentado en una de las cabinas está un viejo amigo de Manu de la infancia, la adolescencia y la madurez: Juan Ignacio Sánchez, comentarista de los partidos de los Lakers para el canal en español de la franquicia. Pepe, además, el año pasado arrancó un programa en DirecTV, empresa que invitó a PERFIL a ver el partido. DirecTV pisa fuerte en la liga estadounidense con el exclusivo NBA Pass para ver partidos y ahora se posiciona bien alto con su incursión en la Liga Nacional. Para eso llamaron a Pepe, primer argentino en jugar en la NBA y quien se abraza con Manu a minutos del juego.
El equipo de Babel. En San Antonio hay dos franceses, un italiano, un australiano, un brasileño, un neozelandés, un canadiense y un bahiense. En ese mapamundi parecería difícil hacerse amigos, pero Manu es un gran canciller, quiebra culturas a la perfección y entierra el mito de que en la NBA termina el entrenamiento y cada uno se va a su casa sin hablar: “Es posible hacer buenas relaciones acá, totalmente, hasta voy a cenar afuera con algunos. Es algo que se puede sobre todo en San Antonio, en donde somos más extranjeros que americanos y tenemos muchas cosas en común”, aclara. Y cuenta quiénes son sus mejores amigos: “Thiago, Boris y Patty, sobre todo, vamos a cenar juntos o nos encontramos. También se suma Tony a veces, e incluso Tim. No podría decir si serán amigos con el correr del tiempo, pero hoy son buenos compañeros de equipo, grandes compañeros de equipo”.
Tanto en el vestuario como en el parquet, Manu es un capanga. Hace y deshace a su antojo en una franquicia que es candidata a salir campeón: al partido de anoche ante Denver llegaba con una racha de 15 triunfos en fila, el equipo está primero en la Conferencia Oeste y es el de mejor récord en la temporada. Sin embargo, después de haberse quedado en las puertas del título en la temporada pasada, los jugadores no se quieren hacer los rulos, como diría una presidenta.
—Más allá de que son candidatos, ¿cómo están con respecto a 2013?
—Es difícil acordarse exactamente cómo estábamos la temporada pasada ante esta misma situación, lo que sí sé es que hasta ahora no hubo un solo año, de los 12 que llevo acá, en el que no me haya sentido en condiciones de salir campeón. A veces se da y a veces perdés en primera ronda, porque seguramente el rival piensa igual que vos. Pero no puedo mentir, estamos en un gran momento, el año pasado tuvimos una chance y la perdimos, ahora tenemos otra. Los playoffs son así, te meten una bola increíble y te dejan afuera, o esa bola increíble la metés vos y pasás una ronda que no pintaba; la distancia entre la derrota y la victoria es muy frágil. Lo que es claro es que nos sentimos en condiciones de ganar.
Manu-Duncan-Parker es una sociedad con fines de lucro que ya está en la historia, y no sólo por haberse quedado con tres anillos: juntos forman el segundo tridente que más partidos ganó en la historia de la NBA, sólo detrás de Robert Parish, Larry Bird y Kevin McHale, en Boston. Arman una sinfónica que no tocará mucho más, simplemente por el calendario de cada uno.
—El otro día hablabas de “los viejitos”. ¿Era algo así como una autorreferencia?
—Jaja... en realidad los viejitos somos dos, Tim y yo, porque el resto no puede denominarse así. A Tony se lo mete en ese paquete pero tiene 31 años y está en su mejor momento. Sólo nos dicen equipo viejo porque quienes hacemos el núcleo llevamos juntos muchos años, pero ahora se agregó mucha juventud importante: lo que está aportando Leonard es importante, Mills desde el banco...
—Si te dieran a elegir, ¿preferís la experiencia de hoy o el cuerpo que tenías antes?
—Y... al cuerpo lo extraño un poco, hoy para mí no es lo mismo llegar al aro como antes, con tanta potencia. Por momentos me siento fuerte como para hacer alguna de las cositas de antes en algún partido, la diferencia es que no las puedo hacer con asiduidad. Son menos veces por partido porque me cuesta sostener la energía extendida por largos períodos. En contrapartida, veo el juego con más tranquilidad y claridad.
—¿Entonces? ¿En qué momento estás de tu carrera?
—Es obvio que hoy para mí la experiencia es más importante que todo lo demás. La experiencia es clave, que a los 36 años, casi 37, pueda seguir jugando en buen nivel y ayudando a mi equipo, lo valoro muchísimo