Suena el despertador alrededor de las seis de la mañana y otra vez emprendemos viaje detrás de Marcos y Ale que ya desde hace un rato deben estar en carrera. ¿En carrera a las seis de lamañana? Es que estamos siguiendo una de las aventuras más increíbles que nos ha tocado vivir: el Rally Dakar.
La comida, la ropa, las cuñadas, mis hermanos, Charity (mi perra), mis padres, mis amigos, mi novio, los curiosos, la falta de agua, los nervios, la adrenalina, la espera del llamado del abuelo Martín… Infinitas cosas pasan por día y a todas y todos hay que dedicarles tiempo, ¡¡jaja!!
Se acercan las siete de la mañana, los termos ya están cargados y las cuatro camionetas están en marcha –tres llevan a cuesta una
casa rodante–, ya cada uno tendió su cama, algunos deambulan entre dormidos y observan cómo de a poco se asoma el sol, otros
ya están tomando unos mates y comentan sobre los kilómetros que nos esperan, y como siempre nunca falta el que pregunta qué día es y adónde termina la etapa de hoy.
Con las chicas cargamos las cámaras de fotos y Emi –amigo y cuñado– se encarga de la filmadora, todos nos sentamos en el mismo lugar de siempre y así emprendemos un día más el recorrido.
Voy sentada al medio en el asiento de atrás de la camioneta, a mi derecha Luli, la novia de Marcos, y a mi izquierda Nico, mi novio. Comanda Toto –uno de mis hermanos– y de coequiper va Meme, novia de Ale. Después de un rato, ya en ruta y todos un poco más despiertos, se escucha la primera canción del día, ojo que no hablo de un CD y esto va en serio: se escucha a capela el canto de Toto “yo soy el rey y te destrozaré, porque tengo la espada de He-Man y con ella te cortaré”; así una y otra vez podemos repetir la frase diez veces e inventamos coros y voces raras así que imaginen la melodía.
Ya pasaron cientos de kilómetros y Argentina nos deleita con sus interminables colores. También lo hizo Chile, pero los paisajes y la
gente de nuestro país tienen otro tinte. De a poco aparecen los pequeños pueblitos, el flameo de las banderas argentinas, el aliento y la fuerza para que todo salga bien.
Falta cada vez menos para que nos encontremos con Marcos y Ale, que ya terminaron el especial, según nos avisa el abuelo Martín desde Las Flores, donde sigue la competencia minuto a minuto por Internet. Fafo –el más chiquito de mis hermanos– y
Emi son los encargados de encontrar el lugar donde vamos a instalar todo el campamento y mis padres con Charity –se las presto sólo porque quedó como cábala– los siguen y confían en que van a elegir un buen lugar.
Ya está, llegamos y completamos una etapa más. Fafo fue a buscar a los chicos al vivuak y minutos después los vemos venir con caras de felicidad y cansancio. Después del abrazo con mamá y papá, llegarán las infinitas anécdotas que pintarán en nuestra imaginación, por lo que han pasado hoy y ya todos podemos ir a descansar.
Está terminando el rally y otra vez hoy a las seis de la mañana suena el despertador. Estamos en Santa Rosa y es increíble que solo quede completar ésta que no va a ser una etapa más. Hasta acá la felicidad es inimaginable. Todo parecía un sueño y de apoco se fue cumpliendo. Quiero repetir esta experiencia, volver a pasar por cada pueblito y ciudad de donde guardo en mi memoria esos gritos de aliento y fuerza envueltos en banderas argentinas. Todos necesitamos un poco de alegría y emoción de a ratos, ¿no?
Ahora viene la etapa más dura: la última. Estamos muy inquietos todos. Tanto que a la noche nos juntamos afuera de los camiones y casi no dormimos. Nos quedamos charlando y sacándonos juntos las ansiedades. Los chicos se habrán acostado a las cuatro, habrán pegado los ojos solo un par de horas. Lo veo a Marcos, está temblando, tiene muchos nervios. Quiere que todo termine ya, tiene miedo que le pase algo a su cuatri, no aguanta más. Nosotros nos vamos a Bolívar, a esperar a él y a Alejandro allá. Vamos a estar con toda la familia.
Hasta que llega el fin. Listo. Es victoria, emoción. Es llanto. Nos vemos con los chicos, pero no los dejan parar a saludar, entonces vamos en caravana hasta La Rural. Siento, como familiar y amiga de Marcos y Ale, felicidad plena por esto que nos hicieron vivir y nos dejaron compartir. Mis hermanitos me emocionaron. Gracias. Ahora, ¡¡a disfrutar!!!