DEPORTES
ernesto cherquis bialo

La mística, los milicos y el viejo

El periodista recuerda, en un capítulo de este libro, sus días como director de El Gráfico y el mito sobre su apoyo a la dictadura. Define a la familia vigil como “golpista” y “oligarca”. Y cuenta su sinuosa relación con Julio Grondona, al que criticaba en los 90 y con el que terminó trabajando en AFA.

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El periodista recuerda, en un capítulo de este libro, sus días como director de El Gráfico y el mito sobre su apoyo a la dictadura. | salatino

Nosotros en El Gráfico contábamos una película, ese es un mérito que po­dría atribuirme. Cuando asumí la dirección de la revista, dije: “Muchachos, la tecnología evoluciona y todo lo que vamos a cu­brir será televisado, ¿podemos competir con eso? ¿Qué es lo que nosotros podemos mostrar y contar?… Lo que la televisión no muestra ni cuenta. Vayamos a la trastienda, a la intimidad, y con­témoslo en prosa. Hagamos de cada nota una pieza especial”.

Cuando viajaba a cubrir una pelea, lo que hacía era contarle a la gente lo que no había visto, porque Hagler versus Leonard ya no era noticia –además, también se lo comentaba aparte–.

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Atlántida quedó identificada con los golpes militares, con la dictadura. Lo más canallesco que se dijo fue que la revista El Gráfico había apoyado la realización del campeonato mundial para contribuir a la causa de la dictadura, para adormecer a la gente y que no se hablara de desaparecidos. Nosotros, los labu­rantes de la revista, los fotógrafos, desde hacía años queríamos que la Argentina organizara un campeonato de fútbol, abra­zamos esa causa para el Mundial de 1970, cuando México fue sede. La presentación de la Argentina ante la FIFA en Japón fue lamentable. El Gráfico editorializó de manera muy fuerte sobre aquello. Todo esto fue mucho antes de que existiera Videla. La FIFA asignó la realización del mundial de fútbol a la República Argentina durante el gobierno de Perón y lo gestionó Pedro Eladio Vázquez, que fue secretario de Deportes de ese gobier­no; es él quien encabeza la delegación que viaja a Zurich y hace la presentación para competir como sede de ese mundial.

Ahora bien, que los Vigil eran golpistas, conservadores y oligarcas nunca fue novedad, se sabe desde el golpe contra Yrigoyen en 1930. También apoyaron el golpe de 1955 por ser antipero­nistas. A pesar de eso, se cuenta una escena muy particular en la cancha de Atlanta, cuando ganó Héctor Cámpora, y Constancio se arrojó de palomita en sus brazos. También es cierto que más ade­lante en el tiempo, cuando ganó Carlos Menem, se acercaron a él.

Las empresas periodísticas siempre mantienen lazos con los gobiernos porque sin ese apoyo no pueden importar el pa­pel con que se nutren las publicaciones. Ni papel ni tinta, que son materias primas fundamentales. Piensen en Papel Prensa. ¿Atlántida apoyó el Mundial…? Esos otros hijos de puta apoya­ron el amasijo de esa época para quedarse con Papel Prensa. Sé que me impugnan en algunos lugares y no me invitan a charlas porque me vinculan con la dictadura por haber sido director de El Gráfico. Siento que es muy injusto, pero es indemostrable lo contrario. El discurso más seductor es impugnar a la editorial por el apoyo al Mundial, y la realidad es que lo nuestro tenía antecedentes históricos. Argentina ganó esa sede porque Co­lombia quedó afuera por sus accidentes topográficos, porque se sentía el poder del narcotráfico y la inseguridad que eso provocaba, y porque todo estaba sujeto a la vía aérea. Enton­ces la FIFA dijo: “Argentina”. Se lo dijo a Perón, se lo dijo al go­bierno democrático de ese momento. En 1976, cuando se pro­dujo el golpe militar, todo estaba intervenido: los canales de televisión, los hospitales, las provincias y por supuesto la AFA. Havelange vino a advertir que no debían intervenir la AFA por­que era condición sine qua non para la realización del mundial que la Asociación de Fútbol se manejara con sus autoridades naturales. La dictadura había puesto a Alfredo Cantilo como interventor y, ante el aviso de Havelange, pasó a ser presidente votado por una asamblea extraordinaria convocada exclusiva­mente para solucionar ese tema.

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Mi relación con la AFA tuvo momentos muy conflictivos, y el punto culminante de ese enfrentamiento fue cuando vendieron los derechos de televisación de los partidos. Sentía que era una pésima venta y no dejaba de decirlo. En esa época yo mataba a Julio Grondona en la radio, por convicción, pero también era un camino algo estratégico porque tenía que competir con Víctor Hugo Morales –que era muy crítico ya en esos años– y su clá­sico programa en Continental. El sistema de Torneos y Compe­tencias pintaba a Grondona como si fuera Mandela o Churchill.

En el interior del país, los sistemas de televisión por cable sufrieron una presión inédita por parte de los dueños del fút­bol. Era un tema ideal para tomar posición y, además, yo recibía información de Carlos Heller, del Banco Credicoop.

Estábamos en esa guerra cuando Roberto Ayala, un his­tórico periodista de La oral deportiva, enfermó de gravedad. Ayala había pasado por El Gráfico y se había ido con José Ma­ría Muñoz y con Juan Carlos Morales a Radio Nacional porque eran muy amigos de Menem. Poco tiempo después se enfermó de cáncer de garganta y lo internaron. Yo iba a visitarlo con frecuencia; hablaba con su mujer, Olga, a la que había conoci­do en un asado. Tenían una casa enorme por la zona de Loyola y Lerma, cerca de la avenida Córdoba, la habían construido con años de esfuerzo y tenían un crédito hipotecario.

Una tarde Olga vino a Radio Rivadavia y me dijo que Rober­to estaba muy mal y que debían 50 mil dólares por la casa, que si no se pagaba esa deuda iban a rematarla. Ellos no tenían ahorros y el hijo de ambos era un pibe macanudo que vivía en España y no tenía mucha idea de esa situación. Cuando Olga se fue, me quedé pensando: ¿quién en esta ciudad tiene 50 mil dólares y no te va a obligar a devolverlos como si fuera un prestamista? Llamé a Eduardo Deluca, mano derecha de Grondona en esa época, y le expliqué la situación. Ayala era muy querido por ellos y había sido fiel al “grondonismo” por­que era de la escuela del Gordo Muñoz. En la AFA lo querían porque lo consideraban leal. Deluca me dijo que lo llamara a los quince minutos. Todo azaroso, justo había reunión del comité ejecutivo y Grondona estaba en la AFA. Dejé pasar media hora y recuerdo la respuesta como si fuera hoy: “Dice Julio que el problema está resuelto y que la señora venga mañana a verlo a las cuatro de la tarde”. Olga fue, Grondona la recibió; llamó a Rubén Raposo y pidió que le diera 50 mil dólares a la señora para saldar la hipoteca de la casa, y agregó que la seño­ra le iba a traer los papeles para resolver cómo devolvería el dinero. Por supuesto que cuando la mujer de Roberto Ayala le llevó la hipoteca, Grondona le dijo que se fuera tranquila, que no debía nada.

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Aprendí mucho del viejo en ese tiempo y lamento haber llegado tan tarde a su escuela, a conocerlo y a sus vivencias. Una tarde con él era como haber pasado una sesión con Freud. Me enriqueció en lo personal y en lo profesional. El viejo te podía decir que no le die­ras las credenciales a tal y a cual, uno preguntaba por qué si eran dos porongas de la cosa, y él respondía: “Que vengan a pedirlas”.

Grondona respetaba a los leales. Calificaba en leales y des­leales. Había muchos que creían que él los tenía por leales, pero Julio sabía que eran desleales.

A Víctor Hugo lo tenía como enemigo y también a Mauricio Macri. ¿Recuerdan aquella famosa historia de la votación en el comité ejecutivo en la que le hizo pasar un papelón? Julio se en­cargó de ver a todos los miembros del comité para aclararles que no había que votar la propuesta de Macri. El día de la votación Macri fue humillado. Todo el comité votó en contra y Grondona se acercó, lo palmeó en la espalda y le dijo: “¡Perdimos, Mauricio!”.