Una infancia en Formosa, un título en el campeonato sudamericano de Full Contact a los 14 años, la imagen de Christy Martin y las ganas de ser boxeadora. Un entrenador, un amor, la defensa del título y el nacimiento del primogénito a los 16. Un parate, la meta del boxeo, la lucha por un reglamento, mucho entrenamiento y el segundo hijo, a los 18. Una familia, mucho esfuerzo, dos títulos mundiales y la satisfacción de haber cumplido con los objetivos. Hoy, a los 35 años y ya retirada del boxeo profesional, Marcela “la Tigresa” Acuña festejará el Día de la Madre con Maxi, de 18 años, y Josué, de 16. Sus hijos. Quienes supieron ser su inspiración cuando todo se hacía más difícil. Dos adolescentes que sueñan con calzarse los guantes y ser boxeadores como mamá, la campeona.
Conjugar el deporte con el rol de madre no fue fácil para Marcela, pero nunca bajó los brazos. “La verdad fue bastante difícil, pero siempre tuve el acompañamiento de mi marido (Ramón Chaparro, su entrenador desde los siete años y pareja desde los 15), que estuvo conmigo ayudándome con todo lo que tiene que ver con la casa y los chicos. Eso fue fundamental”, recuerda la Tigresa en diálogo con 442. Además, sabe que lo que le tocó vivir a ella es la realidad de muchas mujeres que trabajan al tiempo que cuidan de sus hijos. “Lo que hice yo es lo que hace cualquier mujer que va a trabajar todos los días fuera del hogar, nada más que con un condimento extra: yo llegué a ser campeona mundial de boxeo, un deporte que prácticamente no convencional para mujeres”.