DEPORTES
un bar, el rincon oculto de martino

La verdadera cocina del DT más envidiado del mundo

Cómo es el nuevo entrenador del mejor equipo del planeta según sus amigos. Esos que se juntaban todos los mediodías a tomar un café con él.

La barra brava del Tata. Todos leprosos hasta la médula, todos amigos de Martino. Por esa mesa, el flamante entrenador del equipo de Messi y compañía pasaba todos los días, al menos una hora.
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De la Mesa de los Galanes, mejor ni hablar. Acá, dicen con ironía, “no hay galanes”. Lo que traducido al rosarino básico significa: “Acá no vas a encontrar a un hincha de Central ni de casualidad”. Lo que sí hay es una mesa, y amigos. Eso: amigos. Es la clave que sostiene a este grupo de leprosos que cada mediodía comparte unas vueltas de cortados. Se podría decir que aquellas tardes en el bar El Cairo que hizo famosas el Negro Fontanarrosa en sus cuentos tienen una versión paralela en otra esquina, con otros personajes que, antes que nada, son hinchas de Newell’s. Pero lo que hace particular a este grupo de rosarinos que todos los días se reúne en el restaurante Pan y Manteca es que en esa mesa, hasta el martes, se sentaba Gerardo Martino, el flamante entrenador del Barcelona.

Claro que para este grupo el Tata no es El Elegido ni el personaje de la semana, ni siquiera el próximo entrenador de Messi. Martino representa algo más cotidiano: es un amigo más. El tipo que comparte una discusión de fútbol, una charla de política o una gastada. El que organiza un asado o el que hasta hace unos años se ponía los cortos para demostrar en un cinco contra cinco que el talento no tiene fecha de vencimiento. Por eso, cuando confirmaron que el Tata iba a ser el DT del Barça la próxima temporada, los muchachos del Pan y Manteca se alegraron como si el ganador de la Libertadores al final hubiese sido Newell’s.

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Como buenos amigos, los del bar se toman a Martino en serio: “Es humilde”, “rescato su sencillez”, “un gran tipo”. Como buenos amigos, los del bar se toman a Martino en joda: “No sabe nada de fútbol”, “cuesta sacarle un mango”, “si hubiera corrido, habría sido un gran jugador”. La sola mención del Tata los enciende. Recuerdan, aportan anécdotas, se enciman. Señalan las cosas que no se pueden contar, resaltan las que sí. Cada uno quiere aportar una pieza para completar el rompecabezas que refleje la versión menos conocida del hombre de la semana. Pero las historias se interrumpen, alguno se para y se va, otro viene y se suma, el mozo cuenta a medias que con el café le servía un jugo de naranja como cábala, y la camarera, fanática de Central, dice sin reparos: “Ahora me hice hincha del Real Madrid”.

De Rosario a Barcelona.
Uno de la mesa de amigos cuenta que sigue la carrera del Tata como técnico desde que dirigía a Brown de Arrecifes. “Porque es el más obsecuente”, define uno. “Es la viuda de Martino”, festeja otro. El salto temático no respeta ninguna lógica: ahora se vuelve a hablar del Barça. Dicen que el propio Tata les contó que toda la negociación con el club catalán fue telefónica, que cuando viajó ya tenía todo arreglado. “También hicieron una videoconferencia”, aporta uno. “Dos”, corrige el más puntilloso.

Este grupo, que un mediodía puede contar con tres integrantes y al siguiente con catorce, fue testigo cercano de la semana menos esperada. Cuentan que Martino ya estaba de vacaciones, que había planeado no hacer nada por lo menos hasta fin de año y que por eso rechazó propuestas del Santos y del Málaga. Pero al Barcelona no se le niega nadie. “Al principio se sorprendió y hasta tuvo dudas, porque a él le gusta tener todo planificado, prefiere organizar las cosas con tiempo y esto se resolvió todo en una semana”, explica uno. Otro agrega: “Además, el tiempo que estuvo acá en Rosario lo aprovechó para compartir con su familia, porque cuando dirigía en Paraguay la veía poco. Y ahora se tiene que ir otra vez...”.

Al lugar que siempre vuelve Martino es a esta mesa, que cada mediodía queda reservada sin excepciones. Hace más de veinte años que se repite el ritual. Hubo alguna deserción, alguna incorporación, pero el núcleo duro se mantiene. Son los mismos que todos los miércoles a la noche se reúnen en una peña de Newell’s para compartir fútbol, asado y charla con los ídolos de los campeonatos del ‘88 y del ‘92: Scoponi, Franco, Gabrich, Theiler, Giovanolli y alguno más. Y el Tata, por supuesto, que entre todos se destacaba por su finura.

La identificación del restaurante Pan y Manteca con Newell’s viene de los años 80, cuando Elías Sauan era el dueño y allí se juntaban los planteles para festejar algún título o un clásico ganado. Eran noches de veredas llenas, de autógrafos, de festejo interminable. Pero esto es Rosario, y si hay algo que en Rosario se cotiza es la rivalidad. Por eso, más de una vez las vidrieras del local estuvieron en apuros por culpa de canallas fundamentalistas.

Fue durante esos miércoles de peña que uno de la barra, José Addomiyeh, se tomó el atrevimiento de armarle el equipo al Tata para el fin de semana siguiente. El ritual era el siguiente: José, técnico recibido que nunca ejerció, tomaba once posavasos con los apellidos de los titulares y los distribuía sobre la mesa. A veces dibujaba un 4-4-2, otras, defendía con tres y sumaba un punta. Y Martino, amigo al fin, tomaba nota de cada indicación. Después, claro, llegaba la fecha y José observaba si su elección coincidía o no con la de su amigo. Y como a Newell’s le empezó a ir bien, el juego se transformó en cábala. Hasta el propio Tata a veces pedía: “José, vení, armame el equipo”.

El hombre que va a ilustrar las tapas de los diarios del mundo tiene su propio rincón en Rosario. Es esa mesa de amigos que siempre le respetará la silla para que continúe con el ritual de cada mediodía. Porque ahí, en esa esquina de Córdoba e Italia, Martino no es Martino. Tampoco es El Elegido, ni siquiera el Tata. Ahí es, simplemente, el Gordo.

 

Los Galanes de enfrente

Cuando en Rosario se habla de una mesa de un bar con un grupo de sujetos que repiten todos los días el ritual de juntarse y hablar, entre otros temas menores, de fútbol, la referencia es inevitable: el bar El Cairo, donde el Negro Fontanarrosa se reunía en la que bautizó la Mesa de los Galanes. La presencia del humorista y escritor le dio popularidad y, además, una identidad: para sentarse a esa mesa había que ser hincha de Central. El propio Fontanarrosa le puso como título La Mesa de los Galanes a uno de sus magníficos libros de cuentos. Y muchas de las historias literarias que imaginó están ambientadas en ese bar. Pero, claro, el tiempo pasó, el Negro falleció y ese bar histórico ahora es un reducto para turistas que buscan en la carta una cuota de mística. En el campo bar-fútbol-amigos-, la “corpo” centralista parece en retirada. Para peor, la gente de Newell’s la pelea con la mesa del Tata Martino. Tal vez sea hora de empezar a teorizar sobre un nuevo clásico rosarino.