DEPORTES
detras de las denuncias

Las claves del factor UEFA

Las federaciones europeas reclaman el lugar de privilegio que perdieron en los últimos quince años. Disputas por el negocio. El rol de los sponsors.

Pulseada. Blatter, todavía presidente de la FIFA, y Platini, cabeza visible de un continente desplazado.
| AFP

Desde París

Joseph Blatter está persuadido de que –justificada o no por el escándalo de soborno que estremece a la FIFA– su caída del trono del fútbol mundial es el resultado de una conspiración urdida por Europa con la complicidad de los Estados Unidos.
“Esta campaña de odio no vino solamente de una persona (Michel Platini), sino de toda una organización: la UEFA”, denunció después de su reelección para su quinto mandato.
Su diagnóstico es probablemente correcto. Como en todo complot, los pretextos suelen ser una cortina de humo para justificar la embestida. Las denuncias sobre el sistema de corrupción en la FIFA se apoyan en hechos probados. Pero ese ataque oculta la ofensiva lanzada desde hace tiempo por la UEFA para cambiar la relación de fuerzas instaurada por Blatter como instrumento para perpetuar el sistema de poder que construyó junto con João Havelange desde los años 70.

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Además de comprar y alquilar fidelidades en forma puntual, Havelange y Blatter tuvieron la habilidad de construir una eficaz red de vasallaje que les permitió contrabalancear el poder europeo: desde los años 80 promovieron el ingreso de once islas del Caribe, once países africanos (nueve de ellos de escasa significación, como Sudán del Sur, en plena guerra, Yibuti o São Tomé), cuatro micropaíses europeos (las Islas Feroe, Andorra, Liechtenstein y San Marino), nueve Estados del Este surgidos de la Guerra Fría, nueve asiáticos (entre ellos Bután, Timor Oriental y Maldivas) y once islas del Pacífico.
Esos 57 países prácticamente carecen de influencia real en el universo del fútbol. Pero, gracias al sistema “un país = un voto”, tienen un peso decisivo en el momento de reelegir presidente o de designar la sede de una Copa del Mundo. A la hora de votar, ese bloque casi fantasma pesa más que la totalidad de Europa (53 países).

UEFA. La asociación que rige el fútbol en 53 países europeos se convirtió en un verdadero gigante que genera más dinero que la federación madre: en el ciclo 2010-2014 sus ganancias totalizaron 8.300 millones de dólares contra apenas 5.718 millones de la FIFA, que obtuvieron gracias a los excelentes resultados financieros de la Copa del Mundo en Brasil.
Esos datos señalan que la UEFA, con apenas el 25% del total de las 209 federaciones nacionales, es 30% superior al total de la FIFA en materia financiera.
Los europeos consideran que, pese a ser el principal motor del negocio planetario del fútbol, el control se les escapó de las manos en los últimos quince años. Los 16 mundiales del siglo XX se disputaron alternativamente en Europa y América. Pero, a partir de 2002, sólo Alemania fue sede de una copa, en 2006.
La UEFA no digirió, tampoco, que para designar a Rusia como sede del mundial de 2018 la FIFA despreciara tres candidaturas europeas: dos binomios (España-Portugal y Bélgica-Holanda) e Inglaterra.
Los europeos aspiran a que el Viejo Continente vuelva a ser el epicentro del fútbol mundial junto con América Latina, cuyo atractivo deportivo moviliza una buena parte del interés de los inversores. La “universalización del fútbol” que suele invocar Blatter no conmueve a los dirigentes europeos.

Anunciantes. En la UEFA no están dispuestos a seguir tolerando que los escándalos de la FIFA salpiquen el prestigio del principal deporte mundial y terminen por ahuyentar a los sponsors. Aunque no son modelos de virtud, esas multinacionales no quieren verse involucradas en escándalos. Los primeros en reaccionar fueron Coca-Cola, McDonald’s, Adidas, Visa y Nike. A fines de 2014 ya habían desertado Castrol, Continental, Johnson & Johnson y Sony.
Otro indicio de esa tendencia fue el informe que Amnistía Internacional publicó el 21 de mayo sobre las violaciones de los derechos laborales en las obras en construcción de los estadios para el Mundial de Qatar, que ya provocaron la muerte de más de 1.200 obreros. La ONG con sede en Londres lanzó una campaña con los logos intervenidos de algunos patrocinadores con la leyenda: “Orgullosos de sponsorizar las violaciones de los derechos humanos en Qatar”.
En el momento más tenso de la crisis, cuando la policía suiza detuvo a siete delegados en el congreso de la FIFA, dos dirigentes europeos del más alto nivel intervinieron –por primera vez en la historia– en un problema interno de una federación deportiva: el primer ministro británico, David Cameron, y el presidente francés, François Hollande, pidieron abiertamente la cabeza de Blatter.
Esa campaña funcionó en gran parte con el combustible proporcionado por Michel Platini, que desde hace años procura instalarse en el sillón que ocupa Blatter. Se trata de una estrategia para hacer una FIFA más “eurocompatible”.

Ese panorama parece indicar, entonces, que el escándalo de corrupción en la FIFA y la ofensiva contra Blatter no sólo son el resultado de un ejercicio absolutista del poder, omnipotencia, arrogancia, rivalidades, conflicto de intereses antagónicos y luchas de clanes. Ni siquiera de sobornos. Todos esos episodios son, en realidad, una cortina de humo para disimular una verdadera guerra que –a corto o largo plazo– dibujará el perfil que tendrá el fútbol mundial.