desde Moscú
Messi es un farol”. La frase de Jorge Sampaoli, pronunciada ayer en Kazán antes de la hora de la verdad, de ese “mata-mata” metafórico en portugués pero no tanto, del camino que Argentina inicia ante Francia y que en apenas cuatro partidos puede permitirle levantar la tercera Copa del Mundo, arroja luz. Principalmente, porque en la última década la Selección cayó en una profunda penumbra casi todas las veces que Messi estuvo ausente de la cancha.
Leo ha tenido dos formas de ausentarse: cuando por distintos motivos no pudo llevar el número 10 en su espalda, o cuando vistiendo la albiceleste estuvo desaparecido, inhallable.
Todos conocemos esos dos Messi, que en realidad son uno solo, él mismo al ciento por ciento. Un genio de la pelota que también es un ser humano al que le suceden cosas, un futbolista que también puede ser ciclotímico, más en la selección que con el Barcelona.
¿Cuál es el Messi que se verá hoy ante Francia? ¿El que se vino abajo ante Islandia tras el penal errado? ¿El que se tapó la cara durante el Himno y anduvo con la mirada perdida, los brazos en jarra y abandonó la cancha antes que sus compañeros en la paliza croata? ¿O el que ante Nigeria hizo un golazo “Made in Messi” en el primer tiempo y fue el abanderado de la búsqueda del gol del pasaporte a octavos en el segundo?
Imposible predecirlo. Las tres últimas semanas en Bronnitsy, sin embargo, arrojan algunas pistas sobre el estado de ánimo actual del as de espadas de Sampaoli y de los hinchas argentinos, de cara al partido en Kazán y, eventualmente, de lo que vendrá luego del desafío que representan Antoine Griezmann y compañía.
Hay dos aspectos confluyentes: Messi desembarcó en Rusia con algunas preocupaciones de índole personal. Y aquel penal que falló ante Islandia, y la forma en que se empató ante un rival más débil y rústico, calaron hondo en su ánimo.
Detrás había otra inquietud en el mundo Messi: el equipo que Sampaoli paró para el debut contempló un objetivo que probó ser ineficaz en el estadio Spartak. Hacer que Messi se sintiera cómodo, contenido, acompañado, para desarrollar su talento al servicio del equipo.
Ni la línea de cuatro en el fondo, ni el doble eje central conformado por Javier Mascherano y Lucas Biglia, ni se probaron reales las sociedades pergeñadas de mitad de cancha en adelante. Esta constatación, más la oportunidad perdida desde los doce pasos, impactaron de tal forma en Leo, que los días que siguieron fueron el prólogo de lo acontecido ante Croacia.
De a momentos, Messi deambuló por el Centro de Entrenamiento de Bronnitsy como si fuera un sonámbulo. Solo los más cercanos, como Mascherano y Sergio Agüero, fueron conscientes del pozo en que había caído el líder futbolístico y espiritual de Argentina. El impacto sobre el ánimo de sus compañeros se hizo sentir en la previa del partido en Nizhny Nóvgorod, tanto que los mensajes de texto entre unos y otros daban cuenta de la preocupación generalizada. En este contexto, Sampaoli volvió a su línea de tres predilecta y dejó afuera a varios históricos: Marcos Rojo, Lucas Biglia y Angel Di María. El resto, se vio en la cancha.
En los álgidos días que siguieron al festín croata, hubo un momento clave: la reunión que sostuvieron jugadores, cuerpo técnico y el presidente de la AFA. Ya en el estadio de Nizhny Nóvgorod, Claudio Tapia había entregado una señal clara al resto del mundo: caminó hacia la salida junto a Messi.
Sampaoli para entonces se había reconocido como el “padre” de la derrota. Y la reunión al día siguiente entre las tres partes dejó a la “mesa chica” de los jugadores, con Mascherano a la cabeza, fortalecida. Su injerencia en las decisiones sería mayor a partir de entonces.
El resultado de la propuesta se vio en la cancha. El desahogo del final mostró un Messi feliz y radiante. Su golazo lo volvió a “poner” en el Mundial. Por primera vez en semanas creyó que, tal vez, el fútbol le daba una bala más para aspirar a elevar la anhelada copa que le falta a su brillante carrera.
Quienes conocen de cerca a Messi y a Sampaoli afirman que el estado de la relación entre ambos está mejor que nunca. El 10 reconoce y valora que el Zurdo de Casilda haya tenido la humildad de escuchar lo que los jugadores tenían que decir, las incomodidades, al decir de Mascherano, que en cualquier equipo los futbolistas les expresan a su conductor desde el banco.
Así, el péndulo ciclotímico que suele afectar al capitán fuera de la zona de confort que le supone el planeta Barcelona se volvió a mover al extremo opuesto. En tres semanas, se vio en Rusia a los dos Messi. Los argentinos esperamos que en Kazán vuelva a ser un farol.
Y un dIa llegó Antonela
La mamá Celia Cuccittini, la esposa Antonela Roccuzzo y los hijos del capitán de la Selección argentina Lionel Messi arribaron ayer al hotel de concentración en la ciudad de Kazán, en la previa a los Octavos de Final frente a Francia. A bordo de los automóviles oficiales de la FIFA, la familia de Messi arribó cerca de las 23:30 al hotel Ramada de Kazán, donde la delegación albiceleste se preparaba para descansar, luego de haber compartido la cena y el festejo del cumpleaños del mediocampista Ever Banega.
Luego de semanas de incertidumbre sobre el estado de la relación de Messi y su esposa Antonela –que vivió los primeros dos partidos en su Rosario natal y el último en España–, Messi recibió la visita de sus seres más queridos. La madre de Messi ya había estado junto a su hijo en los anteriores encuentros de la Selección e incluso lo visitó en el búnker albiceleste en la ciudad de Bronnitsy.