Aunque algunos se dieron cuenta tarde, la ética en el fútbol argentino se murió hace rato. ¿Es posible respetar una conducta transparente sin perjudicar al propio club? ¿Existe algún camino alternativo al que se propone en Viamonte al 1300? ¿Acaso está todo tan contaminado como para que cualquier gesto honesto suene utópico? El último bastión de la ética plantó la bandera blanca. Es que en el fútbol argentino sostener las buenas intenciones es como tratar de mantener la castidad dentro de un burdel.
El caso paradigmático es Independiente. El presidente Javier Cantero se candidateó en las elecciones de 2011 con un proyecto de austeridad, transparencia y ética. El desplazamiento de los barras bravas, que entre otros desmanes habían presionado al entrenador Antonio Mohamed para que renunciara, fue prácticamente un eslogan de campaña. Cantero ganó con el 60% de los votos. Estaba claro qué pretendían los socios.
Lo que tal vez no contempló Cantero en plena campaña electoral fue que el peor enemigo de su cruzada ética iba a ser el promedio. Porque durante 2012, cuando el terror del descenso todavía no era palpable, el presidente se les plantó a los violentos, les cortó el negocio, los expulsó de la sede y les impuso derecho de admisión a los líderes. Pero ahora, en este torneo Final, con un equipo que cada fecha cuenta decimales y una tribuna impaciente, la realidad es otra.
Hubo un momento, poco antes del comienzo de este campeonato, que Cantero abandonó la batalla y levantó la bandera blanca. Eligió una convivencia pacífica, como ocurre en la mayoría de los clubes. Ustedes no molesten, nosotros tampoco. Fue cuando renunció Florencia Arietto como jefa de Seguridad del club. El detonante fue que ella no aceptó que se les levantara el derecho de admisión a dos barras. Atrás quedaron cinco meses de gestión de la abogada en contra de los violentos. Cantero ofreció una explicación: “En este año, como Comisión Directiva, armamos la estrategia de mantener lo logrado: no pagarles a los violentos ni darles entradas. Avanzamos muchísimo en un año y nos plantamos ahí, que le aseguro que no es poco. Ella no coincidía, pensaba que teníamos que avanzar más.”
El escalón donde se plantó Cantero es el único que por ahora tolera el fútbol argentino. Un lugar de convivencia, sin persecuciones de un lado ni actos violentos del otro. Lo notable de este gesto presidencial, que algunos podrán interpretar como claudicación y otros como estrategia, es que se originó en la desesperación que se vive dentro del club por la posibilidad del descenso a la B Nacional. Cuando se necesita una mano, un gesto solidario, cuando alguien reclama un centro al borde del área chica, está obligado a arriar las banderas éticas.
La decisión conciliadora de Cantero con los barras hasta le costó diferencias dentro de la Comisión Directiva. Hay dirigentes que todavía se mantienen del lado Arietto de la vida y sostendrían la batalla con los barras hasta el final. Esas internas llevaron a que una gestión que nació con códigos horizontales y democráticos se convirtiera en apenas un año en un régimen presidencialista.
Es cierto que el gran líder de la barra del Rojo no aparece por Alsina y Bochini ni con la careta de Frankenstein, y que ahora ninguno de los violentos para por caja para llevarse su parte. Pero también es real que la hinchada goza de una libertad de maniobras que el año pasado era impensada. Loquillo, el nuevo jefe, sigue al frente a pesar del balazo que hace ocho meses recibió en el pecho. Cada partido de local, la fiesta en la popular incluye bombos, banderas y cotillón como si nada hubiera sucedido.
Y lo más insólito: Independiente empezó a ganar. Y la salvación, que hace dos meses parecía un milagro, ahora es una posibilidad concreta. Claro, los barras no erraban goles antes ni los convierten ahora, eso es claro, pero esto es el fútbol argentino, ese ámbito donde la única que tiene el descenso asegurado es la ética.