Carlos Bianchi estaba en Tandil, donde Boca hacía la pretemporada. Alfio Basile era el entrenador del equipo, y él, el mánager. En una conferencia de prensa, didáctico, si no irónico, le explicó a un periodista que le consultó por la ausencia de refuerzos de renombre: “Boca no es el Real Madrid”. Era enero de 2009, y apenas un jugador había llegado al club: Matías Giménez.
Vueltas de la vida, Giménez escribió el jueves en su cuenta de Twitter que a Mauro Bianchi, su ex representante e hijo del entrenador de Boca, le iba “a crecer la nariz como a Pinocho”. Salió así a cruzar a su ex representante, que había desmentido que cobrara por acercar jugadores a Boca. Con más precisión: “Yo no cobro para llevarle jugadores a mi papá”, le dijo al diario Olé.
La historia viene a cuento porque Bianchi está hoy ante un desafío: levantar la puntería con las contrataciones, un apartado en el que, en sus dos pasos anteriores por Boca, dejó que desear.
La cuenta pendiente. “Lo primero que debe hacer un DT –explicó en un chat de 2011 con lectores de ESPN– es mirar el material que tiene. Ver la chance de incorporar para terminar de definir su estilo.” Hace seis meses, cuando volvió a Boca, Bianchi estudió lo que tenía, pero no acertó con las incorporaciones: trajo a Juan Manuel Martínez –que venía de jugar entre poco y nada en el Corinthians–, a Ribair Rodríguez (un futbolista acercado por su hijo que está muy por debajo de Fernando Gago, descartado por el entrenador) y a Claudio Pérez (otro futbolista acercado por su hijo). Nada que llame demasiado la atención: en total, en sus tres pasos por Boca, Bianchi incorporó 22 jugadores; apenas ocho rindieron a la altura de las exigencias de Boca (ver infografía).
Bianchi es un entrenador que se caracteriza por sacarle agua a las piedras, pero no por conseguir esas piedras. En Vélez salió campeón en 1993 con un equipo que había armado Eduardo Luján Manera. Manera, y no Bianchi, había incorporado a José Luis Chilavert, Roberto Trotta, Víctor Hugo Sotomayor, José Basualdo, etcétera. Pero Bianchi sacó el ciento por ciento de ellos. También pasó en Boca, cuando llegó: ganó cuanto jugó y potenció a futbolistas que, ya lejos de Boca, no llegaron lejos: Aníbal Matellán (¡que anuló a Luis Figo en la final de la Copa Intercontinental de 2000!), Matías Donnet (¡mejor jugador de la Intercontinental 2003, cuando Boca derrotó al Milan!), Cristian Traverso y Alfredo Cascini, por nombrar cuatro.
El rompecabezas. No es noticia: Boca se está desmantelando. Día a día, un jugador pide que lo dejen ir, que lo transfieran. Oscar Ustari se hartó de ser suplente y anunció que no seguirá. Juan Sánchez Miño planteó que se quería ir a Ucrania, pero el club le pidió que siguiera. Clemente Rodríguez ya arregló con el San Pablo. Walter Erviti (distanciado de Juan Román Riquelme) y Leandro Somoza también dejaron el club, al igual que Franco Sosa y Emiliano Albín. Además, la dirigencia espera ofertas por el uruguayo Santiago Silva y por Lucas Viatri.
En consecuencia, Boca –que, a no olvidar, viene de un semestre muy, muy malo– deberá al menos paliar esa sangría con contrataciones. Lo escrito: Bianchi deberá levantar la puntería. Emmanuel Gigliotti, que reculó con el acuerdo que tenía con los Pumas de México tras un llamado de Mauro Bianchi, está al caer. Ya está Franco Cángele (ver aparte).
Bianchi piensa cómo reforzar a Boca. Una empresa para nada sencilla.