Desde Brasilia
La imagen que no se vio por televisión ocurrió media hora después del partido, mientras Alejandro Sabella susurraba como maestro zen en la conferencia de prensa. El partido contra Bélgica había terminado hacía rato, pero miles de hinchas argentinos (que habían estado diseminados por todo el estadio Mané Garrincha) se juntaron en un córner para agitar sus camisetas y cantar a capela el Himno Nacional. Tenían tantas ganas de festejar lo que fuera que de la solemnidad pasaron al costumbrismo y al rato inventaron un tema que alude a lo que Maradona asegura del debut sexual de Pelé. Como usaron la misma melodía con la que los brasileños hablan de los mil goles de Pelé y los problemas sociales de Maradona, la nueva canción seguramente volverá a sonar en la semifinal del miércoles en el Itaquerao. Era un carnaval, y los hinchas no se querían ir. Tenían motivos para quedarse. Brasilia queda geográficamente muy lejos de Argentina, tan lejos como quedó en el tiempo la última vez que la Selección se había clasificado a las semifinales de un Mundial: 24 años, un tercio en la existencia promedio de cada argentino, si tenemos en cuenta que la esperanza de vida es de 76 años.
Atrás, además, quedó un partido en el que Argentina jugó a imagen y semejanza de la geografía que rodea el Mané Garrincha. Brasilia se parece a un paisaje lunar, una capital inventada en medio de un paisaje árido –casi no hay árboles–, pero compensada con una catedral maravillosa y los edificios proyectados por Oscar Niemeyer. El arquitecto de Argentina es Lionel Messi. La aridez de la Selección es una defensa rocosa y difícil de sobrepasar, como si fuese un desierto artificial que Sabella implanta partido tras partido. El resultado es un equipo que parece defender la bandera brasileña: Argentina es orden y progreso (y también un fixture diseñado en celeste y blanco). Dos partidos sin recibir goles. Y dos partidos en los que, si Messi no convierte, algún súbdito aparece. Contra Suiza fue Di María. Ayer, Higuain.
Un dato también explica por qué Argentina está en semifinales: es el único de los 32 equipos que todavía no tuvo que revertir un resultado. El gol de Higuain, a los 8, fue un guiño positivo que se complementó con la solidez de una Selección que parece haber aprendido a jugar sin el mejor Messi (ayer muy bien pero no brillante). Contra Bélgica fue el partido más plácido del Mundial, con todo lo plácido, por supuesto, que pueden ser los triunfos de un equipo especialista en fabricar triunfos por un gol: 3-2 a Nigeria, 2-1 a Bosnia y 1-0 a Irán, Suiza y Bélgica. A algunos les parecerá poco. Para otros será un orgasmo: nadie sumó cinco triunfos consecutivos en el Mundial.
Argentina debería haber ganado 1 y medio a 0 el primer tiempo: el medio gol adicional valdría por la buena respuesta individual y colectiva ante la lesión de Di María. No fue un caso aislado: su reemplazante, Enzo Pérez, debutó con la misma semblanza positiva que Martín Demichelis, José Basanta y Lucas Biglia lo hicieron desde el arranque. El cambio de apellidos sin alterar la producción colectiva, e incluso mejorándola (nadie extrañó a Gago ni a Federico Fernández), es otro punto a favor de un equipo más programado para ganar que para enamorar: Argentina es una selección que resiste los malos momentos y que tiene diferentes fórmulas para llegar al gol.
Bélgica contó con 82 minutos para llegar al empate pero sus buenos jugadores (Hazard y Fellaini) terminaron envueltos por la telaraña segregada por Mascherano y Garay, el caudillo inesperado. Argentina se retrasó, ¿pero qué otra cosa podría suceder entre la desesperación belga y el ADN de Sabella? Que el empate rondó un par de veces es tan cierto como que Higuain (en el travesaño) y Messi (un duelo personal que ganó Courtois) pudieron haber puesto el 2-0. Así hasta el final, hasta ese festejo por haber hecho cumbre en una montaña, las semifinales de un Mundial, que Argentina no escalaba desde hacía 24 años. Como para no quedarse festejando media hora en el Mané Garrincha, si además el Everest del fútbol, o sea una vuelta olímpica en el Maracaná, quedó a 180 minutos.