Después de Madrid pensé que no iba a decir más nada sobre este River. Pero esto que nos sigue pasando sencillamente no es normal. Estamos en estado de gracia. Yo sé que en modo termo se me da por exagerar, pero hay momentos en la historia donde exagerar es ser preciso, sobreactuar es estar a la altura. Porque, hay que decirlo, seguro los que escuchaban a Sócrates no sabían que lo de “solo sé que no se nada” iba a los manuales de filosofía para siempre. O los que veían pintar a Van Gogh ni se imaginaron que iba a venir la historia para reconocer su obra eterna. Pero ahora en River tenemos la suerte de saber que estamos siendo contemporáneos a una era imposible del fútbol.
Mi hijo, cada vez que ve un partido de fútbol cualquiera, me pregunta: “Papá, el que gana se lleva la copa, ¿no?”. Es que tiene casi cinco años, los mismos que Marcelo Gallardo como técnico de River. Y cuando tenía tres meses lo sacudí gritando el gol de Pisculichi en la Sudamericana. Y después vinieron épocas en las que, junto con la hermana, se asustaban por mis gritos locos en remontadas o en clásicos coperos. Por eso, cuando corrí desquiciado en diciembre con el Quinterrooooo del Bernabéu, les pareció normal esa felicidad única en la historia.
No, Lulo, no. No, Vera.
Ustedes, por haber nacido en la casa de un futbolero que trata de jugar consciente en el termo porque ahí se encuentran la infancia y el viejo, ustedes, hermosos, creen que lo que volvimos a vivir el jueves a la noche es lo de siempre porque ustedes son hijos de la era Gallardo. Y los hijos de la era de Gallardo creen. Creen que todos los partidos son finales. Creen que en cualquier partido se juega para ganar la copa. Los hijos de la era Gallardo crecieron con los goles de Mora en México en aquella epopeya, creyeron que Carlitos Sánchez podía tener genes de Pelé, los hijos de la era Gallardo aprendieron a idolatrar al Pity qué loco que está y creen que siempre se gana en Brasil.
Los hijos de la era Gallardo aprendieron que hay jugadores que se pueden relajar en partidos falopa pero nunca cuando llama la historia. Como Armani, capaz de excitar a Patricia Bullrich porque la hace acordar de la supervalla. Como Enzo Pérez, que está tan convencido de su liderazgo que hasta es capaz de inyectarle carisma a Lavagna. O el Oso Pratto, que no saca la lengua ni tira rabonas en las goleadas pero es más bueno que las vacunas.
Nada de esto es normal, chicos. Nunca fue así. Una pena que su abuelo se lo perdió. Pero ustedes piensan que esto es normal y por eso hoy van a preguntar otra vez: “Papá, ¿ganamos otra vez la copa?
*Editor de Economía del diario PERFIL.