La cara parece un catálogo de marcas y cicatrices. Los músculos no son el sueño dorado de cualquier escultor pero están. El torso, una barcaza sin trazos económicos. La voz es acorde al tamaño de su cuerpo. Es muy fácil comprender que esa espalda tan ancha vaya arrojando a la par palabras tan rústicas y simpáticas. Pero si hay algo realmente impar debajo de esa mascara gigante es la personalidad, que no pierde alegría aun bajo los rigores de la fama. Y el ingenio. Y las frases célebres rematadas con el “culeao” tan propio de los cordobeses. Y el descomunal crédito que Fabio “la Mole” Moli se ha concebido a sí mismo después de reconquistar la corona argentina de los pesados ante Lisandro Díaz el domingo pasado, en la que era en un principio, sólo en un principio, su última pelea como boxeador profesional.