El recuerdo de Munich ’72 lleva en sí ese sabor agridulce. En el mismo corazón de los Juegos Olímpicos que pregonan cada cuatro años solidaridad, compañerismo y esfuerzo, se gestó el horror. El ataque del grupo comando palestino Septiembre Negro, que terminó con la vida de once integrantes de la delegación israelí, un policía alemán y un terrorista se llevó adelante con una facilidad que asusta. Y para muchos deportistas que debieron ser los protagonistas de una fiesta, la memoria alrededor de lo que sucedió en la Villa Olímpica se tornó dual: la alegría de haber cumplido un sueño y el relato de cómo, de alguna manera, la masacre tocó a cada uno de ellos. El reto y el espanto, dos caras de una misma experiencia.