Para Canadá, o para Montreal, los Juegos Olímpicos de 1976 fueron algo así como el préstamo que contrajo Bernardino Rivadavia de la Baring Brother en 1826: el inicio de una deuda que duraría décadas y que se convertiría en un estigma histórico. Los canadienses, que en chiste llaman a su estadio olímpico “el gran error” por lo que salió, tardaron más de treinta años en saldar los 2.800 millones de dólares que costó organizar la competencia. En Grecia, directamente, son muchos los que explican que la crisis económica que se inició en 2009 tuvo como origen la organización de los Juegos de 2004.
Pero si los Juegos Olímpicos de Montreal o los de Atenas dejaron secuelas económicas, los últimos dos mundiales –y el que está por empezar en Rusia– podrían homologar una tesis que se sabe pero no se dice: organizar un mundial o un juego olímpico es un negocio para las empresas pero no para los Estados. El último caso que dio saldo positivo fue el de Alemania 2006, en buena medida porque ese país ya contaba con la infraestructura necesaria.
Por supuesto que la organización de este tipo de torneos tiene aspectos positivos, como las obras de infraestructura y transporte, la creación de puestos de trabajo que eso origina, y la llegada de miles de turistas. Pero el lado negativo es más perdurable y también menos visible. Por lo general, deja de ser abstracto unos años después, como pasó en Brasil, que encima tuvo una doble misión: ser la sede del Mundial 2014 y la de los Juegos Olímpicos 2016.
Para el Mundial, el gigante sudamericano erogó en total 11 mil millones de dólares. Fue, hasta el 2014, la Copa del Mundo más cara de la historia. Rusia lo superó. Y en cuatro años, Qatar superará a Rusia. “El mayor problema en este tipo de eventos es que generalmente se subestiman los costos, mientras que se sobreestiman los beneficios”, le dijo a la BBC el analista Matt Bolduc. ¿Un ejemplo? Cuando fue elegido como sede en 2007, Brasil calculaba –en un informe presentado a la FIFA– que el gasto para la construcción y remodelación de estadios iba a ser de 1.100 millones de dólares. Finalmente, gastó el triple sólo en ese ítem: 3.300 millones.
Exigencias. La FIFA, hay que decirlo, es parte del problema, no de la solución: además de requisitos cada vez más costosos en lo referido a infraestructura deportiva, la Federación con sede en Zurich, como sucede con el FMI o el Banco Mundial, también se encarga de exigirles cambios económicos a los países que organizan los Mundiales. Desde exenciones de impuestos aduaneros para los principales patrocinadores, flexibilización de las leyes laborales, cambios en estatutos internos, en el presupuesto y en los controles de la policía, hasta un estricto contrato de confidencialidad de todo lo firmado.
Para el 2014, Joseph Blatter y compañía le solicitaron al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) 141 requisitos, la mayoría con el explícito fin de beneficiar a Adidas, Mastercard, Coca-Cola, Budweiser y las demás multinacionales que auspician la competencia. Ayudar a ellos, para la FIFA, también es ayudarse: en Sudáfrica 2010, estas empresas le pagaron, cada una, 270 millones de dólares por aparecer al lado del logo mundialista.
Como pasó antes con Brasil o Su-dáfrica, Rusia recibió –o recibirá– ingresos por la venta de tickets para los partidos, un canon por ser el país anfitrión y todo el dinero que deje el millón y medio de turistas que llegará a Moscú y a las otras ciudades, según el cálculo que hizo el jefe del Comité de Estado para el Deporte, la Educación Física y el Turismo, Mijaíl Degtiariov. A la FIFA, por su parte, le toca la parte más suculenta de la torta: patrocinios, derechos de televisión y merchandising oficial.
Pasado y futuro. La agencia de calificación de riesgo Moody’s fue una de las primeras en advertir que ni el Mundial ni los Juegos Olímpicos iban a mejorar la economía brasileña, sino todo lo contrario. “Estos eventos beneficiarán al sector de alimentos, hotelero y de transportes, mientras que en el resto los efectos serán negativos”, anunció. El tiempo le dio la razón.
Algunos funcionarios argentinos ven a Brasil como espejo. Por eso dudan de sostener la candidatura con Uruguay y Paraguay para el Mundial 2030. Como pasó con la deserción para organizar el Mundial de Básquet 2027, bajarse sería “otro gesto de austeridad” en un marco de crisis. No importa que falten 12 años. Los ejemplos de los últimos mundiales alcanzan para acelerar la retirada.
Qatar y sus 100 mil millones
De acuerdo con el ministro de Finanzas de Qatar, Ali Shareef Al-Emadi, el país está gastando 500 millones de dólares a la semana, inversión que continuará de forma ininterrumpida hasta el año 2021, en la organización para la Copa del Mundo 2022.
Así, el país asiático gastará casi 100 mil millones de dólares en infraestructura para las sedes deportivas, mientras que los obreros que trabajan 15 horas diarias, seis días a la semana, reciben un sueldo de ocho dólares al día. Esto se ve agravado porque en Qatar rige el Sistema Kafala que impide que un operario pueda cambiar de empleo antes de que se termine su contrato. Además, hubo denuncias por el maltrato físico y psicológico de los capataces de las obras.
Poco le importa al empresario egipcio Naguib Sawiris, quien ayer le ofreció 200 millones de euros a Zinedine Zidane para dirigir a la selección qatarí de cara al Mundial 2022.