Está escrito. En la vida de los grandes campeones mundiales, el destino suele jugar con cartas marcadas. Ni el crítico de boxeo más imaginativo y experto; ni el más certero o el más arriesgado en la proyección hacia el futuro de los campeones del ring, hubiese podido vaticinar que la aparición de un púgil filipino, de contextura atlética indescifrable, iba a convertirse en la sensación del boxeo mundial del último lustro.