Por suerte, en el fútbol –y sobre todo en los clásicos– el mundo de las lógicas y previsiones muchas veces queda patas para arriba. El único líder del torneo, campeón de América el año pasado, el que venía de ganarle a Boca en la Bombonera, cayó herido ante su clásico rival, acechado por el miedo del descenso y con un técnico que, de una semana a otra, dejó las canchas para mudarse al banco.
San Lorenzo y Huracán, el clásico de barrio más grande del mundo, terminó como un cuento principesco en el que el pobre apabulla al rico. Todo en el escenario encantado del Tomás Adolfo Ducó, un estadio anclado en el tiempo que para el periodista alemán Christoph Biermann, acostumbrado a las canchas modernas e impecables de su país, es el más romántico del planeta.
Como en toda historia hubo un héroe. Fue Patricio Toranzo, que durante buena parte del partido resultó un equilibrista, el que hacía que Huracán respirara, tomara impulso y llegara –muchas veces con claridad, otras veces no tanto– al arco de Torrico. Aunque no ganó su rótulo de héroe por eso, sino por el tiro libre que convirtió en gol a los 26 minutos del segundo tiempo. Ahí, en ese minuto consagratorio, Toranzo mostró habilidad y picardía, porque era un tiro de los que habitualmente caen al área para encontrar un cabezazo salvador. Pero el mediocampista tuvo la suspicacia de ver la hendija en el primer palo, apuntó como le recomienda su hermano todo el tiempo –lo contó casi sollozando más tarde– y convirtió a Parque de los Patricios en un barrio de fiesta.
Hay que decirlo, aunque escribirlo sea más sencillo que hacerlo: Torrico dejó mucho margen en su palo izquierdo y, para colmo, no reaccionó rápido, lo que ayudó que el derechazo entrara sin resistencias.
Atrás había quedado un primer tiempo entretenido, diferente a lo que uno espera de este tipo de clásicos, por lo general caracterizados por la fricción y la mezquindad. Los dos equipos, con distintos dibujos tácticos, plantearon un esquema ofensivo. Quedó claro cuando Ábila dibujó una tijera increíble que pegó en el travesaño, tras un centro desde la derecha de Espinoza; y cuando Villalba reventó el travesaño después de una precisa habilitación de Blanco por la izquierda.
Huracán, al final de esa primera parte, sufrió la baja de Ábila por una lesión en la rodilla derecha; con la entrada de Iván Borghello, Toranzo y Montenegro, su socio en la elaboración, perdieron a su referencia en la zona de ataque.
San Lorenzo, después del gol, entró en un laberinto psicológico y se enredó en su desesperación. Como símbolo de ese trauma estuvo la innecesaria patada de Buffarini a Vismara que terminó en roja. Y después, para completar el cuadro, el equipo de Bauza quedó con nueve jugadores por la doble amonestación de Caruzzo.
Huracán, con esa diferencia numérica, erró goles casi hechos, pero no sufrió. Terminó festejando de cara a su hinchada, que agradecía volver a ganarle al rival de siempre y poder adueñarse, al menos en esta semana, de todas las cargadas en las calles del sur porteño.