Ya lo dijo alguna vez el maestro Dante Panzeri: el fútbol es la dinámica de lo impensado. Por algunas sinrazones, algo de eso ocurrió en la tarde de Liniers, como epílogo de lo sucedido en el último tramo de este torneo Apertura. Esto, quizás, es lo que aún mantiene vivo a este deporte.
Pocos apostaban por un Estudiantes campeón. Mucho menos el presidente de Gimnasia, Juan José Muñoz, y sus adláteres de la barra brava, que amenazaron a jugadores y cuerpo técnico para que entreguen los puntos ante Boca. También perdieron ellos.
Y viene bien recordarlo porque después de tanto escándalo y tapas de diarios, el caso quedó oculto en alguna oficina de una fiscalía de La Plata.
Es seguro que a cualquier hincha de Estudiantes, exhausto de tanto grito contenido durante 23 años, poco le importará hoy qué será de la vida de Juan Pablo Papupa Córdoba, Cristian El Volador Camilieri o Fernando Torugo Muñoz, encumbrados barras del “Lobo” que intentaron, apañados por el presidente Muñoz, cambiar el destino a fuerza de amenazas.
Ni el espurio negocio creado alrededor del fútbol, ni el hombre que se aferra al sillón desde hace 27 años, ni las patotas, pueden tapar la frescura de sentir que todavía algunas cuestiones se resuelven en la cancha, como ayer demostró Estudiantes.
Pero esta sociedad, tan apegada al olvido, deberá memorizar distintos hechos ocurridos este año para que no triunfe el todo pasa: las bravuconadas de Rafael Di Zeo, las andanzas de los Borrachos del Tablón, las fuerzas de choque en el Hospital Francés y la quinta de San Vicente, la agresión a periodistas de Olé y Página/12 , el derecho de admisión, la amenaza de paro de los futbolistas y la restricción a los visitantes de ingresar a los estadios.
Que nada empañe el histórico triunfo de Estudiantes con un técnico como Diego Simeone que tuvo la sabrosa revancha de obtener su primer título después de haber sido manoseado por los empresarios que conducen Racing. Que nada manche la gran conducción de Juan Sebastián Verón, la maravillosa pegada de José Sosa ni la incansable perseverancia de Mariano Pavone; pero que la euforia no nos emborrache tanto como para olvidarnos que este fútbol, hasta hace unas semanas, estaba al borde la muerte.