DEPORTES
GENERAL LAMADRID

Preso de este amor

Como sucedió tantas veces en los últimos años, este mes se anunció el traslado de la cárcel de Devoto. A unos metros de ahí, Lamadrid es el escenario de miles de historias insólitas y se jacta de un curioso orgullo: el de ser el único club del mundo fundado frente a una prisión.

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Este mes se anunció el traslado de la cárcel de Devoto. A unos metros de ahí, Lamadrid es el escenario de miles de historias insólitas. | Salatino

El carcelero es quien tiene a su cuidado una cárcel. Pero los hinchas de Lamadrid nunca se sintieron custodios de la prisión. Por el contrario, siempre la sufrieron. Los fundadores crearon el club el 11 de mayo de 1950 en un terreno baldío frente al penal de Villa Devoto, y jamás se sintieron parte de esa mole enorme de cemento, muros y rejas. Es más, en varias ocasiones se enfrentaron con las autoridades penitenciarias en defensa de sus terrenos, los únicos de una entidad afiliada a la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) que están sin escriturar. General Lamadrid, 65 años después de su fundación, no es dueño legal de sus propios terrenos. La cárcel siempre miró con ambición el predio e incluso en 1963 le cercenó una tajada, sobre la calle Bermúdez, que hoy se utiliza como depósito. Aquel año, los socios se atrincheraron en el club para que la cárcel no avanzara sobre las demás instalaciones.

La prisión, además, impidió el desarrollo de la zona. El club que nació en los años 50 es hoy tan humilde como entonces. Los vecinos no se fueron del barrio. Es muy difícil vender una casa ubicada a un paso de la prisión. Por eso este sector jamás se renovó ni creció en infraestructura como sí lo hizo el otro Devoto, el que se gestó en los alrededores de la plaza Arenales, cuna de chalets y edificios de lujo para un sector acomodado de la clase media. El Devoto de la cárcel se quedó en el pasado, es el mismo de antes, el mismo de entonces. Sus vecinos se conocen desde hace décadas y sus hijos, y ahora sus nietos, partieron un día hacia otros barrios pero siempre tienen un motivo para regresar: Lamadrid.

Por eso, al principio, los socios no se sentían “carceleros”. El mote era más un motivo de burla de las hinchadas rivales. ¿Cómo sentirse un carcelero si el socio del club era de origen humilde y se identificaba más con la gente que sufre, con el desclasado y el marginal? Pero el tiempo, y en especial cuando se lo asocia con el fútbol, trastoca las cosas y convierte las ironías filosas en motivo de orgullo.

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Hubo un tiempo en que los hinchas de River se ofendían cuando les gritaban “gallinas”. Pero hoy se sienten orgullosos de serlo. Lo mismo les pasó a los hinchas de Boca: ser catalogados como “bosteros” no debía de ser el sueño de sus fundadores.

Los hinchas de Lamadrid, con el paso de los años, adoptaron el mote de “carceleros”. Hoy lo llevan tatuado en la piel. Pero no como custodios de una prisión que siempre está en retirada, con múltiples e históricas promesas de un traslado que jamás llega, sino como guardianes de un club que resiste el ínfimo paso del tiempo. Sí, en los alrededores de la cárcel, el tiempo no transcurre como en los demás barrios de Buenos Aires. Aquí el tiempo se toma su propio tiempo. Con calma y sin prisa. Permite el saludo de los vecinos del pasaje Ukrania, las charlas infinitas en el buffet del club y las caminatas por las calles aledañas. Poco importa el bullicio de las visitas que llegan en masa a la prisión. O los gritos de los reclusos cuando hablan desde las celdas con sus familiares apostados en veredas opuestas. Aquí nada acelera el paso del tiempo. Ni los motines que cada tanto golpean la zona. Tampoco los escapes históricos, como el de Luis “el Gordo” Valor en 1994. O la masacre del 14 de marzo de 1978, que se llevó la vida de 65 detenidos. Ni cuando un helicóptero aterrizó en la cancha en plena dictadura militar. Su misión: llevar a dos “encapuchados” hacia el penal.

Devoto, el viejo Devoto, no cambió siquiera cuando miles de personas huían en desbandada y se metían en el club y en las casas vecinas para escapar de la represión durante el “Devotazo” del 25 de mayo de 1973. Cientos de presos políticos fueron liberados entonces una fría noche que concluyó a los tiros y con dos muertos tendidos en la calle. No, esta parte de Devoto no se mueve al mismo ritmo que el otro Devoto. Esta parte del barrio le pertenece al General Lamadrid.

* * * * * * * * * * * *

—Jefe, ¿cómo llego a Desaguadero y Tinogasta, al Club General Lamadrid?

—A ver… ¿Tiene un minuto? Es complicado. Si viene desde Floresta, no venga por Desaguadero porque es contramano. Y si llega desde General Paz tampoco, porque también es contramano (...)

—¿La cancha tiene tribunas?

—Sí, dos pequeñas (…) Es tan chica que cada vez que le grita algo al árbitro, o a un jugador rival, la voz retumba en todo el estadio. Parece que tuviera un megáfono, pero no, es natural. En total, el club tiene 14.800 metros cuadrados, pero llegó a tener 18.600 antes de que la cárcel le cercenara una parte en el 63. Y todo a la vista de la prisión.

—Ah, cierto, la cárcel…

—Sí, forma parte de la escenografía. Viene en un combo: club y prisión. No hay tutía. Está allí, inmóvil, desde siempre. Por las ventanitas se ven manos, sombras y rostros difusos, se escuchan algunas voces que se cuelan entre los barrotes y llegan hasta la cancha en alaridos o hasta en gritos de gol del rival de turno. Sí, la mayoría hincha por el equipo visitante, qué se le va a hacer. Los presos van y vienen. Los menos se hicieron hinchas de Lama. Y uno se hizo socio cuando salió de prisión y llegó a ser directivo y hasta compuso el himno del club. ¿Usted no conoce la historia de Mario Oriente?

—Sí, sí, algo leí.

—Ah, cierto… ¿Se va a asociar o no?

—No sé, con la cárcel tan cerca…

—Mire, Lamadrid no sería el mismo club sin la prisión. Es su marca indeleble, es como una cicatriz que con el tiempo le va moldeando la personalidad. Nosotros estamos acostumbrados. Son décadas de gritos, de familias apostadas en las calles vecinas, muchos años de dedos y manos aferradas a los barrotes y caras apenas visibles. El club sería muy distinto sin la cárcel, muy distinto.

—Y digamé, leí por ahí que van a trasladar la prisión. ¿Qué hay de cierto en eso?

—Mire, eso lo ha prometido cada gobierno de turno, qué quiere que le diga. Tal vez si se va la prisión, el club recuperaría sus terrenos de la calle Bermúdez, donde se podría levantar un acceso principal. ¿Se imagina una entrada por Bermúdez? Ahí sí que hay tráfico, pasan taxis, el colectivo 107, el 25 y hay movimiento de gente todo el día. Pondríamos un cartel enorme con el nombre del club que verían todos, desde todos lados. Y no perderíamos el tiempo explicando lo de las dos esquinas…

—¿Y si trasladan la cárcel…?

—Y… quizá los vecinos de la plaza Devoto le perderían el temor y los socios crecerían en número y se multiplicarían. Nadie duda de que sería lo mejor, tanto para Lamadrid como para la gente del barrio. Pero ¿sabe qué? Se perdería la mística.

—¿Qué mística?

—La de ser el único club del mundo fundado frente a una prisión.