"Queremos al menos alcanzar los cuartos de final", sostiene con ilusión Andreas Ivanschitz, capitán de la que muy posiblemente sea la selección anfitriona más intrascendente en la historia de la Eurocopa: Austria.
Más que un sueño parece una quimera la expresión del mediocampista. Más allá del puesto 75 en el ranking de la FIFA, los austríacos se enfrentarán a una gran potencia como Alemania, a una selección de gran nivel como la croata y a Polonia, a la que no vence desde 1994. Otros tiempos para unos y otros.
Josef Hickersberger, el seleccionador, no pierde la esperanza de realizar un buen torneo y su baza es la de alguien que tiene poco que perder, dado que ni en su propio país se espera una presentación ni siquiera digna.
Temiendo una actuación humillante, una plataforma creada por aficionados pidió la autoexclusión de la selección del campeonato, una especie de aplicación futbolística del refrán que dice que quien se retira a tiempo sirve para otra guerra.
"Debemos tomarnos esta presión como un desafío y transformarla en algo positivo", cree el técnico, que llevó a su país a jugar el Mundial de 1990 durante su primera etapa en el banquillo nacional.
Ni siquiera los detalles positivos que dejaron una ventaja de 3-0 sobre Holanda en un amistoso previo - terminó perdiendo 4-3- sirvieron para que el ambiente viese un rayo de luz en el horizonte.
Hickersberger apostó por una renovación en las bases del equipo, dándole la oportunidad a los más jovenes, un puñado de ellos pertenecientes a la generación que fue cuarta en el ultimo Mundial Sub-20, jugado en Canadá en 2007.
Sebastian Prödl, marcador central, es el principal valor de la camada, a la que todavía parece faltarle rodaje para responder con solvencia a una exigencia del calibre de un torneo de mayores.
Aún así, Prödl es de los inamovibles del once titular, junto a Ivanschitz y los delanteros Roland Linz y Martin Harnik. El portero del Rapid de Viena Helge Payer, otro de los fijos, tendrá que verlo desde casa por enfermedad.
Pese a que la selección no despierta pasiones, la Federación Austriaca no se libra de las feroces críticas de hinchas y glorias del pasado, que acusan a sus dirigentes de no tener ni idea de lo que es manejar el fútbol.
Tampoco sale indemne la política actual de los clubes, a los que se reprocha que inviertan sus euros en jugadores extranjeros y no en fomentar la cantera.
En este contexto llega la expresión máxima del fútbol continental a la nación, que todavía suspira nostálgica por el talento de Hans Krankl, estrella de los setenta, o de Anton Polster, goleador de los noventa.
Dentro del plantel, hay esperanza de alcanzar cotas más altas de las que les imaginan desde afuera, donde apenas un par de empates serían causa suficiente para celebrar una buena fiesta.