Hay futbolistas que transitan y cierran su carrera sin encontrar jamás la frescura en su juego. Pueden ser buenos o malos, lo mismo da, pero no por eso más o menos inteligentes. Maxi Rodríguez es del otro equipo. Hacer lo que hizo anoche, cuando sus piernas acumulaban 85 minutos de un partido intenso, lo distingue. Buscar el fondo en lugar de soltar un centro improbable, enganchar una y otra vez hasta encontrar el hueco para el disparo y colocar la pelota a contrapié del movimiento natural del arquero le salió fácil. Y era bien difícil. Esa acción abrió y cerró el resultado de un partido mucho más ordinario de los que suele entregar este Newell’s. Pero que no extravía el plan ni las formas aun cuando el juego no le sale.
No siempre la posesión representa una virtud en sí misma. Anoche Newell’s, el campeón que respeta un estilo masticado en la era Martino y mantenido en los nuevos tiempos, se pasó el primer tiempo meciendo la pelota de un lado a otro, buscando la pausa que generara el espacio, el desmarque que habilitara el pase. Y de tanto esperar, se hizo lento. Tanto que no logró traducir el monopolio de la pelota en situaciones claras de gol, al margen de un remate de Casco desde lejos que rozó el palo después de un desvío.
Newell’s era ancho, con el propio Casco y Díaz, los laterales, atacando a la vez. Pero pocas veces lograba ser profundo ante una defensa que achicaba los espacios constantemente para no darle línea de pase a Bernardi, el cerebro rosarino. Era, la de Racing, una táctica hija de la necesidad: salir a la cancha siendo el último para enfrentar al primero no le daba elementos suficientes para animarse al cara a cara. Y entonces, Ischia prefirió la cautela como arma, a ver si en una de esas Newell’s se descompensaba y Vietto podía echarse a correr con el campo abierto.
El andar del partido fue menguando la sensación de dominio de la vieja guardia rosarina (seis de sus titulares superaban holgadamente los 30 años). Y, de a poco, Racing encontró filtraciones en la pared que sostenía la dupla López-Heinze: fue De Paul –dos veces al final del primer tiempo y una en el arranque del segundo– quien más cerca estuvo de encontrar el gol. El chico tuvo mala suerte, o una puntería apenas descalibrada, porque los palos le negaron el festejo. Desmejorado Vietto –una sombra del delantero picante que demostró que puede ser–, el volante cargó con el peso de la ofensiva local. Hasta que se cansó y se rindió.
El empate se fue acomodando en el Cilindro, y no le sentaba mal al partido. Hasta que Maxi dibujó esa jugada que configuró el argumento per se del triunfo de Newell’s.