En 1891, un profesor de educación física llamado James Naismith inventó un juego con el propósito de entretener y disciplinar a un revoltoso grupo de estudiantes del Springfield College habituados a practicar deportes al aire libre de mayor contacto físico. Desde entonces ha pasado más de un siglo, y la nobleza de su creación sigue maravillando a millones de personas en todo el mundo. Difícil encontrar mejor muestra de ese hechizo que la que ofrecieron el jueves 13 los Golden State Warriors, la franquicia más revolucionaria que el básquetbol ha dado en cinco décadas, y los Toronto Raptors, cuya era jurásica remonta el básquetbol a su génesis: Canadá, el país donde nació Naismith.
La fiebre que ha despertado el hecho de que Toronto clasificara a las finales de la NBA ha sido insólita por razones que exceden en mucho al deporte. Por ejemplo, afuera del Scotiabank Arena se congregó una multitud que llegó a ocupar dos cuadras compuestas por fans de gran variedad etaria y social que festejaron cada punto del equipo a la intemperie y frente a una pantalla gigante. Aparte, el rapero Drake fue un inmejorable embajador de los Raptors, y más de 2 mil hinchas viajaron hasta Oakland para ver la coronación de un club que explica su gloria porque hizo todo bien y de forma heterodoxa.
Ocurre que, antes de este fervor por la cual los encuentros de las finales se emitieron en los principales cines de Canadá –después de todo, los Raptors son el único equipo que tienen a un país entero detrás–, el nigeriano Masai Ujiri, mandamás de la franquicia, tomó una serie de decisiones audaces. Entre otras: echó al entrenador anterior, que había ganado el premio al mejor director técnico del año, se deshizo de DeMar DeRozan, máximo ídolo de la franquicia, lo que llevó a que Kyle Lowry, otra figura, se enojara severamente, y adquirió al veterano Marc Gasol a cambio de un jugador de mayor proyección.
De más está decir, o tal vez no: Ujiri logró que el estelar Kawhi Leonard, quien no soportaba más los modos gruñones de Gregg Popovich, viniera a Toronto. Pero además armó un plantel con un balance justo de talento, disciplina e inteligencia, en el que el orgullo y el sentido de pertenencia se selló desde el momento en que ex jugadores de la liga de desarrollo (G League) y dos basquetbolistas africanos dijeron presente en la rotación del genial coach debutante Nick Nurse.
Por si fuera poco, Toronto ganó la serie contra un Golden State diezmado por las lesiones en seis partidos, tres de los cuales los obtuvo como visitante en el estadio más ruidoso del mundo. Y el líder de los playoffs 2019 en puntos (31) rebotes (9) y robos (1,7) fue también una de las tres estrellas históricas que ganó el premio al basquetbolista más valioso de las finales defendiendo a dos clubes diferentes, los Spurs antes y los Raptors ahora: Kawhi Leonard.
Es que además de ser un fenómeno atrapante de sociología en acción, los Toronto Raptors de esta postemporada cinematográfica son historia viva. Y, por si hiciera falta aclararlo, juegan al básquetbol como los dioses.