El legado olímpico está vivo”, dice Mario Andrada, sentado en una oficina desangelada en el centro de Río de Janeiro, piso 32, con vistas al océano Atlántico, frente a la costa de Brasil. En un recinto vecino, el que fuera portavoz del Comité Organizador de los Juegos 2016, muestra estanterías repletas de papeles, el archivo final de su gestión.
Un año después del comienzo de los primeros Juegos sudamericanos, la euforia se esfumó hace tiempo y Río 2016 ya sólo tiene que ocuparse de administrar los restos de la gran fiesta carioca. Hasta octubre, Andrada debe terminar de desmantelar la organización con un pequeño equipo de veinte personas.
Después, ya quedará sólo el legado, que al final no parece la “misión a la Luna” que prometía Andrada para Río antes de la competición, sino un brutal aterrizaje forzoso en la dura realidad brasileña. Un viaje de la euforia a la miseria.
La ciudad más emblemática de Brasil se hunde hoy en la crisis económica, declarada en bancarrota desde antes de los Juegos, y está casi en estado de excepción por una ola de criminalidad, con un despliegue de 10 mil soldados y otros agentes especiales ordenado recientemente por el gobierno.
La resaca de los Juegos y del mundial de fútbol de 2014, los grandes eventos deportivos que debían impulsar el despegue del país como potencia emergente, se refleja también en el fracaso de las Unidades de Policía Pacificadora, el cuerpo especial que debía llevar la paz a las convulsas favelas cariocas. Hasta en los barrios más acomodados de la zona sur de Río se multiplican ahora los reportes de asaltos a vecinos y turistas.
Y están también las críticas directas al legado olímpico. La principal obra de transporte urbano, la Línea 4 del metro, está funcionando, y la renovada zona portuaria de Río –donde está el antiguo Bulevar Olímpico– se ha convertido en un atractivo espacio público, pero los estadios deportivos todavía son blanco de reproches por retrasos y sospechas de corrupción.
El Parque Olímpico, ubicado en Barra da Tijuca, en la zona oeste de Río, está cerrado parcialmente hasta ahora, aunque su reapertura total está prevista justamente para las próximas semanas. En los últimos meses se dispararon las críticas por el estado de abandono de las instalaciones, que deben servir para albergar escuelas y centros deportivos de alto rendimiento.
En algunos estadios se celebran ya pequeños eventos, pero el Parque abre sólo los fines de semana. “Por día vienen quizá mil personas”, explica el jefe de Policía del Parque, Alexandre Guterres. En el lugar no conocen aún la fecha concreta para la reapertura total.
La Villa de los Atletas, donde se hospedaron unos 10 mil deportistas durante el torneo, no encuentra compradores para los alrededor de 3 mil departamentos de lujo, y en los hoteles vacíos de Barra, muchos construidos especialmente para los Juegos, los administradores se ven incluso obligados a clausurar plantas enteras.
“El estado de Río fue primero corrupto y ahora está en bancarrota”, dice Andrada, sin tapujos. Según cifras del Comité, la organización de los Juegos costó 2.800 millones de dólares. Junto con los gastos de infraestructura, el monto llega a los 12.800 millones.
*DPA.