En los umbrales de un mediodía silencioso, en un rincón del gimnasio del Club Tigre, los golpes sobre la bolsa y el puching se suceden cortos y potentes. Izquierda, izquierda, derecha. El hombre hace una finta, parece que retrocede, pero no. Vuelve a golpear. Uno, dos, uno, dos. Jorge Rodrigo Barrios pega sin apuro, pero con mucha bronca, como si descargara cada azote contra el más temible de sus adversarios. Parece disfrutar esos momentos de entrenamiento solitario inmerso en ese objetivo impostergable: volver a ser campeón mundial. Hasta que advierte la presencia de PERFIL y finaliza la rutina. Con una toalla sobre el rostro semblantea al cronista y se pone en guardia. Un visaje, dos, tres… El labio inferior que avanza, los ojos se le reducen, como quien reflexiona las palabras que pueden ser y las que no pueden ser en ese tamiz de lo que puede convenir y lo que no puede convenir…