No hace tanto tiempo que los barras le hacían el aguante a los colores. Que se plantaban para defender el honor de una camiseta, que armaban un show en cada partido para atemorizar a ese enemigo que siempre estaba en la tribuna de enfrente.
Pero la cosa cambió, y cambió tanto que los barras hasta eligieron otros rivales. Ya no son aquellos vigilantes que siempre corren, esos que van a la cancha en patrullero. Ahora el enemigo está adentro: son los jugadores y dirigentes del propio club, o las otras facciones de la misma barra. Y las batallas ni siquiera se libran a la salida de los partidos. Los escenarios son las oficinas de las sedes y los predios de entrenamientos.