Hubo hinchas que gritaron “ole” para sentir, de alguna manera, el sabor de un clásico. Hubo hinchas que prendieron su cigarrillo para pavonearse con el vicio; no por nervios. Hubo hinchas que lo habrán visto por televisión comiendo sin atragantarse y otros que, aburridos, se habrán ido a pasear con el convencimiento de que su equipo ya había ganado. A San Lorenzo no le hizo falta llegar al final para conocer su triunfo. Antes, mucho antes, Boca había perdido. Arrastró el peso de la peor racha de su historia (12 partidos sin victorias), las miserias de un sistema con un único delantero, la ausencia de compromiso para resolver colectivamente, el cúmulo exagerado de futbolistas chupetines y una desconfianza alarmante: el penal de Silva, ese que muchos hinchas de San Lorenzo ni habrán visto, es la evidencia. El delantero solitario no le acertó al arco. Como su equipo, que nunca encontró el partido.
Contrapuntos. Piatti ve a Kannemann y le abre el pase; Piatti es el jugador que mejor mira en San Lorenzo. El lateral corre pocos metros por la banda y suelta el centro. El que llega, el que más llega, es Buffarini, que patea al arco. Casi en la línea pone el pie Gonzalo Verón, que logra corregir el remate. Ese gol desprende una doble lectura: San Lorenzo armó una jugada de manual y convirtió. Boca marcó mal y padeció, además, su falta de suerte. El último toque de Verón (habilitado) fue gol, a pesar de no haber colocado bien su pie izquierdo.
San Lorenzo creció en actitud y atrás no corría riesgos. Encima, Pezzotta inventó un penal de Pérez a Correa y Buffarini estiró la ventaja. Lo único positivo del equipo de Bianchi fueron dos remates cerca: de Silva y de Pol Fernández. En ambos casos, fueron por segundas jugadas, después de tiros libres-centros. Si no, hubiese sido difícil que algún futbolista de Boca quedara en posición de gol.
El tercer tanto fue la anécdota de un equipo que ganó un clásico casi sin darse cuenta. Casi sin transpirar. Son los nuevos beneficios de jugar contra Boca.