“Estoy en Cariló, pensé que teníamos el día libre y me vine.” El empleado de River escuchó la frase y, si no hubiese reconocido la voz de Ariel Ortega en el teléfono, habría creído que alguien le estaba haciendo un chiste en nombre del jugador. Pero no. La mañana mediática ya estaba tapizada por la noticia de la ausencia del ídolo al entrenamiento y su primera señal era una excusa imposible de sostener.
A esa hora, sus compañeros corrían en Ezeiza, conscientes de una novedad que, de tan repetida, empieza a dejar de serlo: Ortega había estirado otra noche de excesos. Se trataba, apenas, del comienzo de una jornada pintada con idas, vueltas y una explosión que caería a la noche: Simeone no quiere más a Ortega en el plantel.
Desconcierto. Mario Israel, primera espada de Aguilar –el presidente está de viaje por Panamá por un congreso de la FIFA– trinó ayer su furia en el club. “ Si se reúne con Ariel, Israel lo mata”, exageró un allegado al dirigente, y a la vez desestimó una versión que el propio Ortega había impulsado: que se iba a encontrar con el secretario para darle en persona los motivos de su enésimo faltazo.
Desde Centroamérica, donde permanecerá hasta el miércoles, Aguilar bajó línea, aunque no públicamente. Sus colaboradores escucharon de él: “Si Simeone pide una sanción, se le va a hacer caso”. Traducido: el que llevaría el peso de decidir el futuro inmediato de Ortega sería el entrenador.
El entrenador abandonó la pasividad: a las cinco de la tarde, él y Nelson Vivas –su segundo– subieron al primer piso del Monumental para reunirse con Israel. El mensaje que llevaban era inequívoco: como Ortega había roto el pacto de convivencia establecido, no podía seguir en el plantel. En concreto, le pidieron al secretario que el Burrito sea sancionado.
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