Era un partido de final de campeonato, un partido cualquiera. No era como aquel de hace casi un año, cuando Vélez y San Lorenzo jugaban por el título. No tenía el morbo de esa vez, que en el último minuto Torrico puso las manos para evitar un gol de Allione. Anoche el arquero cerró su noche en aquel hábitat, donde en diciembre pasado fue el héroe para que San Lorenzo diera la vuelta olímpica. Un preámbulo para después obtener la Copa Libertadores.
El Ciclón volvió ayer a Liniers sin el estigma. Por eso los hinchas de Vélez no agitaron banderitas japonesas, el símbolo de la Intercontinental. San Lorenzo jugó para cerrar el año un partido que fue la previa de su viaje a Marruecos, donde disputará su Mundial.
No había morbo, pero sí. Y el partido se picó un poco a los 8. Y algo más a los 13, cuando una patada derribó a Verón. Y hubo codazos. Y quejas. Y reproches, como si jugaran por un título.
Bandera. Vélez son dos equipos: Vélez y Pratto. Pratto es el goleador, el alma mater del ataque, la esencia de un hombre con hambre y el que, seguramente, se vaya de Liniers. Ayer jugó como para quedarse toda la vida, mucho más que para el agradecimiento de los hinchas. Si se va, Pratto podrá decir que lo dio todo. Lo certifica esa corrida para ganarle en una carrera imposible a Mercier; arrancó varios metros detrás del volante de San Lorenzo hasta que lo alcanzó, lo pasó, puso el pie antes de la salida de Torrico y después de todo ese milagro sucedió otro: la pelota no entró, pegó en el palo. Ese ratito, esa jugada, es Pratto.
Oportunismo. Se miraron feo, pero se respetaron. Ninguno de los dos quería pagar con la última foto de la derrota. El que más chances claras tuvo fue Cauteruccio. El delantero primero perdió ante Sosa, mano a mano. Una escena bien uruguaya. Después, tuvo la definición pero se tomó un tiempo más para enganchar. Entonces llegó Emiliano Amor, a barrer la pelota. Cauteruccio atragantó a su gente. Hasta que apareció Villalba, que había entrado por Verón, y rompió el cero con un puntinazo. El pibe definió al segundo palo en una zona gris del partido. Cuando todos dormían, Villalba despertó a los hinchas de San Lorenzo acomodados frente al televisor. Casi no quedaban minutos por jugar. Solo el instante para la paradoja: Amor, que había salvado a Vélez, rechazó mal, la pelota dio en Domínguez y Sosa miró cómo le hacían un gol sus propios compañeros.